martes, 3 de noviembre de 2015

Fiódor M. Dostoievski – Memorias del Subsuelo

La novela está dividida en dos partes harto diferentes: la primera, es la más directamente filosófica; en ella, el protagonista establece una especie de diálogo con el lector a través del cual, remitiéndose a su experiencia como funcionario durante cuarenta años, organiza su disertación sobre cuestiones tales como la culpabilidad, el resentimiento, la ambigüedad en la que lo sumió su trabajo, la pobreza y soledad que lo caracterizan, etcétera. La segunda parte, titulada A Propósito del Aguanieve, posee un carácter más narrativo, siendo así que en sus páginas el hombre del subsuelo se dedica a contarnos algunos hechos que han sido definitivos en su vida: el curioso deseo de venganza hacia un oficial al que persiguió por más de dos años; la dificultad para mostrar su superioridad a los ex-compañeros de colegio; y su contradictoria relación con Liza, la prostituta ante la que desea erigirse como voz moral, aun a sabiendas de su propio vacío.

Una primera condición salta a la vista para quien lee Memorias del Subsuelo, y tiene que ver con el hecho de que el protagonista de la novela sea un hombre anónimo, un individuo al que no le interesa decirnos su nombre, considerando más importante presentarse a sí mismo como funcionario.

Así pues, el protagonista de la obra es un funcionario que, curiosamente, aunque se haya retirado hace un tiempo de su trabajo, no deja de sentirse como tal, y de esta manera lo expresa, señalando que después de que una persona ha entrado en el juego de valores y discursos propios de la labor del funcionario, ya no podrá escapar de ellos, puesto que estos destruyen el estado natural del ser humano que es el de la espontaneidad y el espíritu comunitario. Durante cuarenta años el funcionario trabajó, retirándose luego gracias a una pequeña herencia recibida, y a lo largo de todo ese tiempo experimentó una tensión particularmente compleja que lo llevó por un lado, a rechazar las conductas que se exigían en su carrera, pero, por otro, a verse implicado irremediablemente en ellas para poder sobrevivir.

En toda la primera parte del libro el funcionario se dedica a exponer los aspectos filosóficos que estuvieron implícitos en su trabajo, pero estos aspectos no pueden entenderse cabalmente si se desatienden otras dos características de su vida. La primera nos remite a la dimensión social del funcionario, quien es un individuo solitario, enfermo y pobre, que observa todo a través de una óptica divergente: la zona más oscura y degradante de la sociedad, la cual ha conocido él de primera mano. El nombre de la novela justamente responde a la característica primordial de la mirada que esboza el protagonista: escribir las memorias de esa parte de la sociedad que usualmente se esconde debajo de lo que se muestra, la parte habitada por la pobreza y la marginación, pero sobretodo, por las contradicciones de la racionalidad y los valores que sustentan el modelo social.

A Propósito del Aguanieve es la parte de la novela en la que se logra identificar más fácilmente, no la línea de vida del protagonista, pero al menos sí algunas situaciones que son significativas para ella. La primera situación se remonta a una anécdota de su juventud con un oficial de mayor rango: en una ocasión, mientras el funcionario caminaba por la calle se dio cuenta de cómo lanzaban a un sujeto por la ventana de un bar luego de involucrarse en una pelea; sumido en la cotidianidad, él mismo deseaba protagonizar algo como aquello puesto que intuía que resultaría vitalizante; pensando en ello, se acercó al lugar y, mientras estaba detenido allí, cerca al billar, observando, obstaculizó el camino de un oficial, quien lo tomó “por los aires”, cambiándolo de lugar.

Pero aquello que podría resultar un simple empujón se convirtió en todo un suceso para el funcionario. Durante dos años persiguió al oficial por la avenida Nevski, en donde solía caminar aquel, dispuesto a suscitar alguna circunstancia que le permitiera batirse con él en duelo. Con obsesión siguió cada movimiento del oficial, todas las facciones de su cuerpo, los detalles de su vestimenta, pero al final, y ya con una carta escrita en donde lo invitaba a batirse, se detractó de su idea, sumiéndose en una especie de fascinación por lo extravagante que resultaba todo aquello. Esta situación es el inicio, según cuenta el funcionario, de su arrebato por los placeres difíciles e individuales, por aquellas escenas que podrían caber dentro de una categoría de lo literario.

Sin embargo, la anécdota del oficial no queda en una extravagancia si se intenta a partir de ella establecer una analogía con el aspecto más general de la vida del funcionario. Si entendemos que lo que lo molesta es el hecho de que el oficial lo haya movido del sitio que él había preferido para ver la escena de la pelea, es posible hallar una metáfora de la existencia misma del protagonista, puesto que su trabajo como funcionario lo había arrancado del sitio que él hubiese preferido, esto es, el permanecer al margen de las cuestiones de rangos sociales. Así mismo, a pesar de la obstinación que tiene el funcionario de batirse con el oficial, termina creyendo que esa idea es imposible, incluso ineficaz, ya que lo que le da sentido a sus acciones en ese momento no es el duelo en sí mismo, sino la búsqueda de la ocasión; tanto como lo que ocurre en su trabajo, en donde si bien se lamenta de su condición, la necesita y sólo ella justifica su existencia y su deseo de escapar.

La segunda situación fundamental de la vida del funcionario tiene que ver con la confusa relación con sus ex-compañeros de colegio. Cierto día se entera de que tres de ellos preparan una cena para despedir a Zverkov –uno de los jóvenes más emblemáticos del Instituto en donde estudió-. El protagonista los desprecia a todos y sabe que es superior a ellos en todo sentido; empero, se extraña de que no lo hayan invitado a la reunión, y se le mete en la cabeza que debe asistir a toda costa, haciendo los sacrificios para dar su parte de dinero, y aguantarse las burlas y abierta animadversión que siempre ha causado en los otros; lo único que desea es arruinar la velada mostrando cómo su comprensión de la realidad lo pone por encima de ellos, aun cuando socialmente no lo parezca.

Y la velada es, efectivamente, un fracaso, pero no porque el funcionario cumpla su propósito, sino porque no podrá responder de manera acertada a todas las preguntas, burlas y comentarios de sus compañeros; es humillado de nuevo, como en los años de escuela, por su soledad, por su pobreza, por la confusión de su pensamiento que no fluye tan hábil y práctico con el de aquellos hombres; frente a ellos no representa el papel de alguien inteligente, sino el de una persona ridícula y sin nada que ofrecer. Pero he aquí que, aun cuando otro en su lugar marcharía de inmediato o arremetería con violencia, el funcionario se obstina en permanecer en su lugar, silencioso pero a la vista de los hombres, escuchando cómo se lo ofende y planeando una revancha que no llega.

Como se ve, se trata de una escena triste, pero no exenta de lo que podríamos llamar necesidad inexorable, porque si bien el funcionario desprecia totalmente a sus compañeros, incluso, desde cuando era adolescente, no puede prescindir de ellos, en la medida en que son los que le permiten interpretar mejor su condición, calcular su perfil y trazar las diferencias. En otras palabras, aunque los odie, no puede ignorarlos, requiere de su presencia y hasta de su propia repulsión para darse motivos, para tener en qué pensar, para contar con algo que pueda llenar su vacío y rutina. Examinándolo en un plano existencial, la figura del funcionario es trágica por este cruce de valores del que ya no puede señalarse después con verdad qué es lo positivo y qué es lo negativo.

Finalmente, encontramos la situación del funcionario con la joven prostituta Liza. Una vez terminada la velada de despedida de Zverkov, sus ex-compañeros huyen hacia un burdel, y él, todavía empecinado en decirles unas cuantas palabras, corre detrás de ellos. Ya en el lugar no puede encontrarlos, pero al cruzarse con aquella muchacha –Liza- repentinamente siente el deseo de estar con ella, dejando a un lado el tema de sus compañeros. Lo que lo cautiva de la chica es, en primer lugar, su juventud (no puede pensarse que alguien tan joven haya parado en un lugar de esa categoría) y, luego, la practicidad con que asume su condición y vida, como si fuesen ambas elementos inevitables y de una comprensión deducida lógicamente.

Tal y como había sucedido unas horas antes, cuando el funcionario estaba enfrascado en la idea de persuadir a sus compañeros de su inteligencia; ahora piensa que es necesario erigirse como la voz moral de la muchacha. De un momento a otro, inicia un elevado discurso sobre los valores, la manera como la sociedad y la familia ha arruinado la vida de Liza hasta sumirla en lo deplorable, y el futuro enfermizo y pobre que le espera. Pueda ser el ímpetu de sus palabras, o la verdad que se encuentra en ellas, pero lo que dice el funcionario hace llorar a la prostituta y, hasta cierto punto, la convence. Sólo que una vez ha triunfado y tiene la posibilidad de una “primera discípula”, de alguien que le dé la razón, el que cae en el miedo es el mismo funcionario: sabe que su vida no es un ejemplo de moral y, por ende, no puede servir de ejemplo para nadie y, sobretodo, no desea que Liza pueda llegar a conocer su pobreza, porque esto rebajaría el estado de sublimidad que han alcanzado sus palabras.


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