domingo, 31 de enero de 2016

Tras los pasos de RASTIGNAC

EUGÈNE DE RASTIGNAC es uno de los personajes más apasionantes que desfilan por las páginas de La comedia humana. No sólo es el paradigma del arribista que desde las más altas cimas de la miseria, gracias a su palmito y a amistades más bien poco recomendables, se eleva hasta una posición de privilegio en la sociedad de los últimos años de la Respautarción y durante toda la Monarquía de Julio, sino que es también modelo de evolución psicológica: de joven provinciano de corazón puro llegado a París con escaso peculio, obligado a hospedarse en la pensión Vauquer, llega a ser respetable banquero, par de Francia y ministro, a través de unas renuncias de las que es perfectamente consciente y que forman parte de su encanto.

Balzac convierte a Rastignac en hilo conductor de varias novelas de su obra magna. Evidentemente, la publicación no sigue el orden cronológico de la vida de su héroe, que desaparece y reaparece al hilo de su voluntad, pero si vemos La comedia humana a vista de pájaro tendremos todas las piezas de un mosaico completo, una carrera, una vida fascinante, la vida quizá del Balzac que quiso y no pudo ser, que dotó a Rastignac de los atributos que a él le faltaban y le zarandeó con sus mismas pasiones: el triunfo en sociedad, el afán de lujo, la posesión de mujeres hermosas, el apego infinito al dinero, siempre con un cierto sentimiento de culpa que tiñe sus obras más tempranas. Por desgracia el autor murió demasiado joven, y no sabemos qué fue de Rastignac después de los cincuenta años; pero nos han quedado sus novelas para recomponer ese mosaico fastuoso, más realista que romántico (desde luego se puede encontrar romanticismo en Eugenia Grandet, pero no demasiado en las obras que siguieron), en el que apenas se incurre en contradicciones, que es también un paseo por un París fangoso y sórdido, que el autor con incisiva ironía y también un profundo desprecio subyacente nos va desvelando en casi una veintena de novelas y varias nouvelles. Rastignac es un personaje fetiche de La comedia humana, y sólo es superado a nivel de recurrencia (aunque quizá no de importancia) por el barón Frédéric de Nucingen, el marido de Delphine, y por el conde Henri de Marsay, amante de esta (y de otras muchas); el eje central de la obra magna de Balzac es el dinero, dinero que gira en torno a la casa Nucingen, regentada por este barón alsaciano que será también el mentor de Rastignac, y que aparece nada menos que en 31 novelas y algunos relatos cortos. Así que vamos a intentar seguir los pasos de este joven provinciano que nos van a llevar al corazón mismo de la obra de Balzac.

Se dan entre paréntesis los títulos de las obras cruzadas que hacen avanzar esta biografía de uno de los personajes literarios más reales de todos los tiempos; la fecha de publicación corresponde a la primera aparición en el mercado editorial, incluso antes de futuros retoques o de aparición en volumen (Balzac publicó bastantes títulos por entregas en revistas literarias, y ya como folletín en periódicos a partir de 1836).



Eugène de Rastignac nace en 1798 en el señorío de Rastignac, en Angulema (departamento de la Charente). La fecha de nacimiento puede variar un año, porque el joven miente a su supuesta prima, la vizcondesa de Beauséant, sobre su edad, diciéndole que tiene 22 -en 1819-, cuando por su madre sabemos que tiene 21. Sus padres, el barón y la baronesa de Rastignac, tenían una propiedad en Ruffec a finales del siglo XVIII, y en ella nacieron sus cinco hijos: Eugène, Laure-Rose, Agathe, Gabriel y Henri (de todos oiremos hablar en La comedia humana menos del pequeño Henri, que se perdió en el olvido, y del que sólo sabemos que le gustaba mucho el arrope); actualmente sin apenas recursos, pero llevando la pobreza con dignidad, los padres de Eugène eran muy apreciados en la región y ejercían en ella cierta influencia un poco trasnochada, como algunos otros nobles, vecinos suyos, que salieron bien librados de la revolución (este era el caso del marqués y la marquesa de Pimentel). A veces aceptaban invitaciones a bailes y fiestas de sociedad; frecuentaron en Angulema la casa de los señores de Bargeton, y ahí conocieron y pudieron apreciar a Lucien de Rubempré (que, aunque muere muy joven y aparece en muy pocas novelas, su figura es evocada a lo largo de toda la saga), que tenía prácticamente la misma edad que su hijo mayor.

Tuvo Eugène un tío-abuelo (el caballero de Rastignac) que fue vicealmirante de la armada real y capitán de navío (le Vengeur) antes de la revolución de 1789; al servicio del rey perdió casi toda su fortuna, que no le fue restituida tras el triunfo de la burguesía. Tenía mucho dinero invertido en la Compañía francesa de las Indias orientales, que no pudo recuperar tras su desaparición en 1795, por lo que pasó simplemente a ser un pariente pobre (Papá Goriot, 1834-1835).

Conocemos a lo largo de la saga las relaciones de Eugène con su familia. Cuando estaba en la pensión Vauquer sin un céntimo, tiene que pedir dinero prestado a su madre y a sus hermanas, que se lo envían con grandes sacrificios (Papá Goriot, 1834-1835). Pero más adelante, cuando le sonría la fortuna, dotará a ambas hermanas y las casará espléndidamente, a una con Martial de la Roche -un viejo dandy del Imperio- y a la otra con un ministro (La paz del hogar, 1830). En cuanto a su hermano menor (el penúltimo, en realidad), Gabriel de Rastignac, llegará a ser, muy joven, secretario del obispo de Limoges en 1828 (El cura de aldea, 1841), y obispo cuatro años después (Una hija de Eva, 1838-39).

Estamos ya en 1819 y vemos a Eugène, joven de buena planta aunque con vestuario limitado, instalado en París, en la deprimente pensión de madame Vauquer, en la calle Neuve-Sainte-Geneviève, cursando estudios de derecho (que empezó bastante tarde) y trabando amistad con Horace Bianchon, estudiante de medicina, que sería luego médico famoso durante los reinados de Carlos X y Luis Felipe de Orleans, además de oficial de la Legión de Honor y profesor de la facultad de medicina (Bianchon aparece en casi tantas novelas como Rastignac, aunque no con el mismo peso específico). Conoce también al anciano Goriot, objeto de las burlas de casi todos los pensionistas, y especialmente al enigmático señor Vautrin, un curtido homosexual que lleva una doble vida, que parece leer en su alma y que, viendo la necesidad inmediata de dinero del joven estudiante, le propone un plan canallesco para obtenerlo: seducir a la pobre señorita Victorine Taillefer, huésped de la pensión y un poco santurrona, que ha sido desheredada por su padre en beneficio de su hermano, y luego hacer matar en duelo a este para que la fortuna de la familia pase a la hermana, y de ahí al bolsillo de Rastignac y de su socio. El joven Eugène no sabe todavía apenas nada de la vida, y rechaza el plan, recurriendo a pedir dinero prestado a su familia para salir del apuro, mientras Vautrin se interesa demasiado por él (Papá Goriot, 1834-1835).

La necesidad de dinero de Eugène tiene una causa concreta: ha conocido en pocos días en bailes y salones a varias damas aristocráticas, a una edad en la que es necesario enamorarse. A través de una pariente (la señora de Marcillac), ha trabado amistad con la vizcondesa de Beauséant (su supuesta tía), que le ha presentado a la duquesa de Langeais, a la condesa de Restaud y a la baronesa de Nucingen; entre el baile de maridos y amantes que pululan alrededor de las damas, el joven intenta hacerse un hueco, pero sin dinero no puede costearse un traje decente, un coche de caballos o un par de zapatos nuevos. Tras un sonado fracaso con la condesa Anastasie de Restaud, amante de Maxime de Trailles, aconsejado por la vizcondesa de Beauséant, su verdadera maestra en el arte de medrar, Eugène decide cortejar a Delphine de Nucingen, esposa del barón de Nucingen, banquero alsaciano que tiene bien atadas las cuerdas de su bolsa; la baronesa está a punto de romper con su amante, el señor de Marsay, y el joven provinciano ve llegada su oportunidad. Su sorpresa no tendrá límites cuando descubra que Anastasie y Delphine son las hijas de ese pobre papá Goriot, antiguo fabricante de fideos, que vive en la pensión Vauquer y ha sacrificado su fortuna de viejo rentista para que sus hijas no desmerezcan en la alta sociedad burguesa (Papá Goriot, 1834-1835).

Animado por Goriot, que le alquila un apartamento amueblado, Rastignac se hace amante de su hija Delphine mientras intenta no desentonar en sociedad, siempre necesitado de dinero. Empieza a considerar en serio el plan de Vautrin de seducir a la señorita Taillefer cuando se produce un golpe de teatro: el huésped cuarentón de la pensión Vauquer es en realidad un convicto fugado del presidio de Tolón con varias condenas a su espalda (ni siquiera Vautrin es su nombre real, se trata de Jacques Collin, alias Trompe-la-Mort), que es arrestado gracias a los buenos oficios del comisario Bibi-Lupin y a la colaboración (no desinteresada) de otros dos pensionistas, la señorita Michonneau y el señor Poiret.

Destrozado por el rechazo de sus hijas, el viejo Goriot, que se ha desprendido de sus últimos ahorros en su beneficio, languidece y muere a principios de 1820. Sólo Eugène, que estima profundamente al anciano, comprende el drama de la paternidad de que ha sido testigo en primera línea (puesto que ama a una de sus hijas), acompaña al anciano a su última morada, el cementerio de Père-Lachaise, y paga el entierro con sus últimas monedas. Tras la muerte de Goriot, Rastignac decide convertirse en un triunfador a toda costa y comienza su carrera de arribista (Papá Goriot, 1834-1835).

Rastignac, amante de Delphine, revolotea alrededor de su marido, el barón de Nucingen, y aconsejado por este decide entrar en el mundo de las finanzas y hacerse banquero. Mientras, vive como amante de la hija de Goriot en el piso amueblado de la calle de Artois. A partir de este momento se codea con la flor y nata de la aristocracia de París: no sólo conoce a Nucingen y a Restaud, los respectivos maridos de las hijas de Goriot, sino al señor de Marsay, a Baudenord, a D'Esgrignon, a Lucien de Rubempré, a Émile Blondet, a Du Tillet, a Nathan, a Paul de Manerville, a Bixiou y a otros muchos (El baile de Sceaux, 1830).

Entre 1821 y 1822 Rastignac se hace imprescindible entre los clanes financieros de París por sus muchas amistades, recoge confidencias, utiliza información privilegiada y chaquetea escandalosamente mientras se da la gran vida. Consigue distanciarse de los que le molestan y situarse en la estela de los vencedores, sin que todavía haya hecho fortuna. Por esta época estalla el escándalo Rubembré, cuando se descubre que no es noble, sino hijo de un boticario, y es abandonado por su amante, Naïs de Bargeton, espoleada por su amiga, la marquesa d'Espard; meses después, vemos a Eugène entre el círculo de amistades de Lucien de Rubempré, que ha cosechado algunos éxitos literarios y es persona influyente; incluso acepta ser padrino de honor (junto con el señor de Marsay) en el duelo que enfrenta a Rubempré con Michel Chrestien para defender el honor del poeta Daniel d'Arthez, al que Lucien ha atacado injustamente en un periódico (Las ilusiones perdidas, 1837-1843).

A partir de 1822 encontramos al joven Eugène jugando a varias bandas. Se codea con los nuevos ricos, pero también encuentra su hueco entre la vieja nobleza desposeída por la revolución y olvidada por los Borbones. Nada de lo que ocurre en París le es ajeno, se ha convertido en uno de esos personajes insustituibles en las fiestas de sociedad que tanto admiraba cuando llegó a la capital a estudiar derecho desde su Angulema natal. Le vemos tomando partido por el joven marqués Victurnien d'Esgrignon (junto a Henri de Marsay), uno de esos nobles de rancio abolengo, durante el pleito que tuvo con el envidioso Du Croisier (que, como nuevo rico -parvenu- nunca fue aceptado en los salones del marqués) por falsificación y acumulación de deudas (El gabinete de antigüedades, 1838).

En 1823 su amigo Bianchon, ahora ejerciendo la medicina, nos recuerda que Eugène tiene ya veinticinco años. El médico nos narra un asuntillo que tuvo el joven con la marquesa de Listomère, por culpa de una carta que iba dirigida a Delphine de Nucingen y cayó por error en sus manos (la marquesa es uno de los 48 personajes que aparecen en Papa Goriot y rebotan continuamente a lo largo de toda la obra de Balzac), que afortunadamente no tuvo consecuencias. Bianchon, fanático de la frenología y de la fisiognomonía, ciencias paramédicas puestas de moda por Gall y Lavater, era en ese momento el alumno predilecto del cirujano Desplain, y llegaría a ser médico de la marquesa de Listomère, siendo uno de los personajes más ubícuos de toda la saga (Estudio sobre la mujer, 1830).

En 1824, en un baile de máscaras, Eugène de Rastignac se encuentra con Lucien de Rubempré, que llevaba tiempo desaparecido de París, y con Vautrin (es decir, Jacques Collin), que se había evadido de prisión dos años atrás (su detención se había producido en la pensión Vauquer) y, tras la fuga, había asesinado a un sacerdote y tomado su identidad, desfigurándose incluso el rostro para parecerse más a él; ahora es a los ojos de todos el cura Carlos Herrera, y sólo Rubempré, al que Vautrin ha convertido en su favorito de turno, sabe la verdad; Vautrin comparte con Eugène recuerdos de los aciagos días vividos en la pensión de madame Vauquer y le anima a cultivar la amistad de Lucien. Poco después, Rastignac -que sigue siendo amante de Delphine- se convierte en uno de los asiduos del suntuoso palacete que el barón de Nucingen ha montado en la calle Saint-Georges para Esther Gobseck, hija del usurero al que el viejo Goriot tuvo que liquidar una letra firmada por su hija Anastasie (Esplendores y miserias de las cortesanas, 1838-1847).

Desde el punto de vista financiero, Rastignac no empieza a tener dinero propio hasta 1827. Lleva siete años viviendo día a día en contacto con el barón de Nucingen (el marido de Delphine) y ha aprendido casi todos los trucos del oficio, y ahora sus inversiones -aconsejadas por el alsaciano, omnipresente en La comedia humana- empiezan a dar frutos. En 1828 tiene ya 14.000 libras de renta anual, y ha conseguido dotar y casar a sus dos hermanas, Laure-Rose y Agathe, y además está pensando en dejar a Delphine y tomar como amante a la marquesa de Espard, a la que ya Vautrin intentó sin éxito que cortejara Lucien de Rubempré (intentando repetir la fallida jugada que había hecho unos años antes en la pensión Vauquer con Eugène y la señorita Taillefer); pero su amigo Horace Bianchon le disuade de hacerlo, porque la marquesa está llena de deudas y sería una relación tormentosa. Eugène y el joven médico acuden los miércoles al salón de Célestine Rabourdin, importante acontecimiento social del tout Paris, y allí se codean con Lucien de Rubempré y otros intelectuales (Célestine está casada con un ambicioso oficinista que empuja a su mujer a los brazos de amantes económicamente fuertes, que puedan sacarles de las deudas a las que su tren de vida les ha llevado). El hermano menor de Eugène, Gabriel, se convierte en secretario del obispo de Limoges por estas fechas. Empieza para el todavía joven lobezno un período de enriquecimiento al lado de Frédéric de Nucingen, y también de vivir la vida al límite, una evolución hacia el lado oscuro que empezó el día que enterraron al viejo Goriot (La prohibición, 1836).

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