jueves, 11 de febrero de 2016

En el café de la juventud perdida de Patrick Modiano




París, años 60. En el café Condé se reúnen poetas maldi­tos, futuros situacionistas y estudiantes. Cuatro hombres nos cuentan sus encuentros y desencuentros con Louki, la hija de una trabajadora del Moulin-Rouge. Para casi todos ellos la chica encarna el inalcanzable objeto del deseo. Louki, como todos sus compañeros de vaga­bundeo por un París espectral, es un personaje sin raíces, que se inventa identidades y lucha por construir un pre­sente perpetuo. Lamentablemente, los personajes están mal definidos, hay un montón de cosas que quedan en el aire y no se llegan a entender. Lo mejor es la ambientación en ese París bohemio que enamora por sí solo.

Un París romántico, entre brumas y claroscuros. Los personajes caminan perdidos, entre sombras, como difuminados, buscando su razón de vida y un lugar en el mundo. Arrastran montones de sueños sin cumplir, o por cumplir. El café Le Condé es punto de encuentro para ellos, todos buscan su identidad y sobre todo olvidar su soledad. Poetas malditos, maduros intelectuales situacionistas o patafísicos y jóvenes fascinados por este mundo bohemio y cultural, acuden a su cita en Le Condé para tomar café, beber, charlar y de paso olvidar sus problemas. Son seres sin pasado y sin futuro. No acaban de encontrarse. Buscan algo, pero en el fondo no saben muy bien que.

La estructura de la novela es original. Cuatro voces que con sus recuerdos nos van desvelando una historia, envuelta en la nebulosa atmósfera de un París a media luz, aunque el autor, a medida que se centra en la protagonista, se va alejando del Café Condè y de sus, cada vez más olvidados parroquianos y pierde ese vínculo con lo que parecía un punto de referencia fundamental en la novela, que sigue deambulando por las sombrías calles de Paris hasta un rotundo final.

En el café de la juventud perdida comienza con un narrador en primera persona, que ni se presenta, porque el importante no es él, si no la misteriosa chica de la que nos habla, Louki. Nos relata cómo la conoció, y la impresión que ésta le causó.

Pero él no es el único narrador. Después de contarnos un trozo de la historia de Louki a través de sus recuerdos, da paso a otros narradores, quienes, siempre desde la primera persona, nos van contando sus recuerdos sobre Louki, cómo ellos la percibían. Incluso la propia Louki nos cuenta un retazo de su historia. Y a través de esos diferentes prismas, se va formando en tu cabeza la imagen de tan peculiar personaje. Y aunque ves varias partes que conforman la personalidad de Louki, no podrás ver la imagen completa, ni siquiera al terminar el libro.

En el café de la juventud perdida debería haber sido una gran novela pero falta algo. Algo le falta a la novela. Cuando la terminas, te quedas con la sensación de que le faltan páginas.

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