sábado, 3 de octubre de 2015

Soy yo, Edichka de Eduard Limónov

Una época negra, dura y miserable, emponzoñada además con la mortificante pena que le causó –al abandonarlo– la que entonces era su segunda esposa, una rusa provinciana y preciosa que quería ser una sofisticada reina de las revistas y las pasarelas de su Occidente Legendario y lo más lejos que llegó fue a una portada de Playboy y a varias segundas, terceras o cuartas residencias con mesas espolvoreadas de cocaína de hombres de negocios; los “amos de la vida”, “los fuertes de este mundo”, como los llama Limónov, que como si no los despreciara ya a muerte tuvo que ver, en efecto, cómo su mujer, su musa y su insaciable y cochina diosa del sexo se fuera con varios de ellos. Rebosante de bilis e inundado de fluidos corporales de todos los tipos, el libro se abre con el hombre paseándose desnudo por su habitación de hotel cochambroso, ante un retrato de Breton y junto a su cuenco de col agria y una cuchara de madera, única reliquia de su infancia rusa: Limónov, “el monstruo del pasado”, se presenta él: “Recibo una prestación social. Vivo a vuestra costa, vosotros pagáis impuestos y yo no hago una mierda, voy un par de veces al mes a una oficina espaciosa y limpia en Broadway 1515 y me dan mis cheques. Me considero un canalla, un despojo de la sociedad, no tengo vergüenza ni conciencia porque no me martiriza, no tengo intención de buscar trabajo, quiero recibir vuestro dinero hasta el fin de mis días (...) y aun así os aborrezco. No a todos, pero sí a muchos”. Desesperado, furioso, provocador, despectivo y soberbio, animal herido e hiriente, Limónov entrega las mejores páginas en el primer tercio del libro, donde evoca, con una malicia que emplea con afán castigador, el submundo –literalmente– de la emigración rusa en los bajos fondos de Nueva York. Viejos débiles y vencidos que lloran al atardecer porque añoran justo lo que les destrozó la vida allá tan lejos, pobres diablos de mediana edad que en la URSS fueron artistas, profesores de universidad o bedeles de aburridos institutos y en EEUU friegaplatos, mecánicos, ayudantes de camarero, como el propio Limónov lo fue en el restaurante del Hilton, o meros pedigüeños: algo así como el Vagabundo en París y Londres –en modo ególatra, inclemente, punk y a ratos muy perversamente divertido– de Limónov. El libro, no obstante, empieza a perder pronto gran parte de su desquiciado encanto cuando Limónov va cerrando el plano hasta convertir su relato en una redundante sucesión de escenas procaces de jergón y de merodeos nocturnos por las aceras más chungas de los barrios más chungos de la ciudad. Pero hay sin embargo, al fin y al cabo el hombre se siente ante todo poeta, relámpagos de una sensibilidad menos agresiva, y en todo caso, aunque el libro no tenga mucha altura literaria –probablemente ni siquiera es literatura: ésta va siempre mucho más allá de unos pocos recuerdos puestos por escrito– no parece éste el criterio más idóneo, al fin y al cabo, para juzgar el libro. El de un hombre que ha tenido una vida increíblemente interesante, en el sentido de la maldición china del término. Quizá por eso, pese a la crudeza y la sordidez premeditadas, en última instancia resulta conmovedor leer estas turbulentas andanzas de un joven contradictorio pero bastante consecuente, que estando cósmicamente solo y hambriento de amor eligió representar ante los demás, y hasta el fondo, el papel de renegado del Comunismo, carcoma del Capitalismo y poeta bronco contra Todo, deseando poder gritarle al mundo “bueno, ¿quién es el siguiente?”.

Sin Blanca en París y Londres de George Orwell

Orwell llega a París con el poco dinero que tiene de dar clases de inglés particulares que, por un motivo u otro, llegan a su fin demasiado pronto. Va cambiando de lugar de hospedaje, se ve obligado a empeñar su ropa, y pasa varios días sin comer. Por suerte encuentra trabajo en un restaurante de un hotel en la calle Rivoli – una de las calles más conocidas, y donde hay los mejores hoteles, de París – y más tarde en un pequeño restaurante regentado por unos imigrantes rusos. Este es el primer contacto que tiene el autor con la miseria, con un trabajo que podría considerarse una esclavitud. En ambos casos Orwell – o Eric Blair, su verdadero nombre – trabaja de plongeur, uno de los empleos de menor rango en la hostelería, dedicando gran parte de su tiempo lavando platos y, básicamente, hacer cualquier cosa que le manden. Así que tenemos dos visiones muy distintas, desde un prestigioso hotel y desde un pequeño restaurante que justo acaba de abrir. En todo caso, las condiciones de vida son muy precarias, él llega a trabajar diecisiete horas diarias, entre seis y siete días por semana. Y, cuando tiene un día libre, lo único que se ve capaz de hacer es emborracharse. En sus noches en los bistro conoce personajes bastante curiosos, y cuenta sus historias, y algunas ponen los pelos de punta.
Pero él no es el único, miles y miles de personas seguían esa misma rutina en su época, y el autor bien lo hace notar. Además reflexiona sobre las consecuencias de tal trabajo sobre el ser humano, como lo rebaja a una bestia, como le hace incapaz de desarrollar cualquier tipo de pensamiento que no sea ejecutar mecánicamente las órdenes. También se cuestiona la verdadera utilidad – para la sociedad – de trabajos así, por qué siguen persistiendo, etc.

Tras una larga temporada en París vuelve a Londres ya que un amigo suyo le ha prometido un empleo. Pero al llegar descubre que no podrá empezar a trabajar hasta dentro de unas seis semanas, por lo que vuelve a estar sin un penique. Entonces se convierte en un vagabundo, errando por distintas pensiones, o incluso en las 'spikes'. Se trata de un lugar al que acude la gente pobre sin medios para sustentarse – de hecho, un requisito para entrar es no tener dinero en los bolsillos –, se les da cobijo y un poco de pan por una noche – literalmente, están encerrados allí – y luego les dejan salir con algún vale o algún otro trozo de pan, y no pueden volver en un mes. Además, ¿sabíais que en Inglaterra estaba prohibido mendigar? ¿y que se penaba con una condena de siete a catorce días de cárcel? Por estos lares nos lleva Orwell, describiendo lo que a él le ocurrió, las historias que le contaban, los vagabundos que encontraba o con quiénes entablaba amistad, y creo que muchas veces suavizaba los términos de su relato. Pero en todo caso, en su prosa no encontraréis metáforas ni ningún tipo de embellecimientos, escribe de una forma muy austera y muy directa. Sus vivencias durante estas semanas también le dan pie para muchas reflexiones respecto al estado de las leyes sobre la pobreza en su país, cuán injustas son y lo poco que hacen para solucionarrealmente el problema. También ataca los prejuicios de la sociedad de su época sobre los vagabundos, los mendigos, y la gente que no puede ganarse la vida.

«Vale la pena decir algo sobre la posición social de los mendigos, porque cuando los has tratado y has visto que son seres humanos normales y corrientes, es inevitable que te llame la atención la curiosa actitud que la sociedad adopta respecto a todos ellos. A lo que parece, la gente cree que hay una diferencia esencial entre los mendigos y los hombres "que trabajan". Son una raza aparte, marginados, como los delincuentes y las prostitutas. Los trabajadores "trabajan", los mendigos no "trabajan"; son parásitos, son inútiles, por naturaleza. Se da por supuesto que un mendigo no se "gana" la vida igual que un albañil o un crítico literario se "ganan" la suya. Es una simple excrecencia social, tolerada porque vivimos en una era humana, pero esencialmente despreciable.

»Ahora, si nos fijamos bien se ve que no hay ninguna diferencia esencial entre los medios de vida de un mendigo y los de un montón de gente respetable. Los mendigos no trabajan, se dice; pero, entonces, ¿qué es trabajar? Un peón trabaja haciendo servir el pico. Un contable trabaja sumando cifras. Un mendigo trabaja estando en la calle llueva o nieve, víctima de las varices, contrayendo bronquitis crónicas, etc. Es un oficio como cualquier otro; completamente inútil, claro, pero muchos oficios reputados también son completamente inútiles. Además, como tipo social un mendigo es muy comparable al resto de la gente. Es honesto comparado con los vendedores de la mayoría de especialidades médicas, altruista comparado con el propietario de cualquier semanario, amable comparado con un vendedor de productos a plazos; en resumen, un parásito, pero un parásito bastante inofensivo. Casi nunca saca de la comunidad otra cosa que los medios ralos para subsistir y, cosa que según nuestro código ético lo tendría que justificar, lo paga con creces a través del sufrimiento. No creo que un mendigo tenga nada de especial que lo tenga que situar en una clase diferente del resto de personas, nada que dé derecho a la mayoría de hombres de hoy en día a despreciarlo.

»Entonces surge la pregunta: ¿por qué se desprecia a los mendigos? (ya que es evidente que se los desprecia universalmente). Creo que es por la simple razón de que no consiguen ganarse bien la vida. En la práctica a nadie le importa si un trabajo es útil o inútil, productivo o parasitario; la única cosa que se exige es que sea rentable. Detrás de todo lo que se habla hoy día sobre energía, eficiencia, servicio social, etcétera, ¿qué hay sino la idea de "ganar dinero, ganarlo legalmente y ganar mucho"? El dinero se ha convertido en la gran prueba de la virtud. Los mendigos no superan esta prueba, y por tanto se los desprecia.»

Las últimas palabras de este libro son quizá un primer paso que dar en cambiar nuestra forma de pensar. Aplíquenlas al vecino y al extraño, al compatriota y al extranjero:

«De todas maneras, puedo apuntar una o dos cosas que sin duda he aprendido después de vivir sin blanca. No volveré a pensar jamás que todos los vagabundos son un hatajo de borrachos facinerosos, ni esperaré que ningún mendigo se sienta agradecido cuando le dé un penique, ni tampoco me sorprenderá la falta de energía de un hombre que no tiene trabajo, ni me inscribiré en el Ejército de Salvación, ni empeñaré la ropa, ni rechazaré un folleto de propaganda, ni comeré a gusto en un restaurante de lujo. Por algo se empieza.»

Orwell narra en primera persona su propia experiencia con la miseria:

“El primer contacto con la pobreza resulta curioso. Has pensado mucho en ella, la has temido toda la vida y sabías que acabarías enfrentándote a ella tarde o temprano; pero resulta ser total y prosaicamente diferente de lo que imaginabas“.

Durante ese tiempo, el autor se tropieza con un sinfín de personajes en su misma situación, que dan pie a historias repletas de humor, surrealismo y ternura.

“Los barrios bajos de París son un imán para los excéntricos: gente que ha caído en uno de esos surcos solitarios y medio desquiciados de la vida y ha renunciado a ser decente o normal. La pobreza los libera de los patrones normales de comportamiento, igual que el dinero libera a la gente del trabajo“.

Las casas de huéspedes son el lugar idóneo para cruzarse con este tipo de personas. Allí podemos encontrarnos con un búlgaro, que “confeccionaba zapatos de fantasía para el mercado estadounidense. De seis a doce de la mañana se sentaba en la cama y cosía una docena de zapatos, […] el resto del día asistía a clases en la Sorbona“, o con una mujer que convivía con su hijo, un artista. Mientras la devota madre “trabajaba dieciséis horas al día, zurciendo calcetines a veinticinco céntimos el calcetín, el hijo, bien vestido, haraganeaba en los cafés de Montparnasse“. Los bistrós son asimismo un lugar frecuentado por personajes como R, un inglés que vivía seis meses del año en Inglaterra con sus padres y los seis restantes en Francia: “Cuando estaba en Francia bebía cuatro litros de vino al día, y seis litros los sábados; una vez había viajado hasta las Azores, porque allí el vino era más barato que en ningún otro lugar de Europa“, o Jules, el rumano, que tenía un ojo de cristal y se negaba a admitirlo. Por las calles de Londres podía admirarse la obra de Bozo, un pintor callejero, que “hablaba de un modo extraño, una especie de cockney lúcido y expresivo. Era como si hubiese leído buenos libros, pero no se hubiera molestado en perfeccionar su gramática“. Dio clases de astronomía al escritor, pues parecía preocupado por su ignorancia al respecto. Era un espíritu libre, que despreciaba a los demás pintores callejeros por parecerle un atajo de borregos ignorantes; y un ateo empedernido “de esos que no es que no crean en Dios, sino que le tienen antipatía personal“.

Entre todo este enjambre de seres excepcionales, emerge su caldo de cultivo: la miseria, así como sus respectivos satélites: el hambre, que “te deja en un estado parecido a la convalecencia de una gripe, como si no tuvieras nervios ni cerebro, […] como si te hubiesen sacado la sangre y la hubiesen reemplazado por agua tibia“; la mentira: “de pronto, tus ingresos se reducen a seis francos al día. Pero, por supuesto, no osas admitirlo: tienes que fingir que sigues como siempre“; la falta de sueño y la explotación laboral: “diecisiete horas y media casi sin descanso. Hasta las cinco de la tarde no teníamos tiempo de sentarnos un rato, e incluso entonces el único sitio disponible era el cubo de la basura“.

El texto se vuelve más oscuro en Londres, como si la niebla propia del lugar hubiese devorado la luz, la esperanza, la libertad. Su situación entonces es todavía peor, ya que ni siquiera tiene trabajo, viéndose abocado a la trashumancia de los vagabundos: de albergue en albergue, caminando durante horas para lograr un par de rebanadas con margarina con té, como única comida del día, y dormir en la cama dura y helada de una celda; o en una sala llena de cientos de vagabundos, en la que es imposible pegar ojo durante más de una hora, pues muchos de ellos padecen de tos crónica y de incontinencia, lo que los obliga a levantarse una y otra vez; o incluso en el Ataúd, que cuesta cuatro peniques la noche por dormir en “una caja de madera, tapado con una lona alquitranada“.

"Hay otra sensación que constituye un gran consuelo en la pobreza. Creo que cualquiera que haya pasado apuros económicos la habrá experimentado. Es una sensación de alivio, casi placentera, al saber que por fin estás sin blanca. Has hablado tantas veces de la posibilidad de acabar en el arroyo... y resulta que ya estás en él y puedes soportarlo. Eso te quita muchas preocupaciones"

Henry Miller (fotos)


June Miller


Henry con su hermana Loretta, su madre y su padre.

Wilson's Dancing Studio
Manhattan: Broadway - 46th Street - West (1920)

viernes, 2 de octubre de 2015

Argumento de Trópico de Cáncer de Henry Miller

1.-Cuenta Miller su segundo año en Paris totalmente en bancarrota viviendo con su compañeros de departamento Boris y Sylvester

2.-Miller y la esposa de Sylvester, Tania, tienen ciertos coqueteos y encuentros casi sexuales.

3.-Miller se va al sur de Paris a caminar y se encuentra con un ruso que estaba descargando comida en un restaurante. El ruso salva a Miller de la desnutrición por una semana, haciéndole un trato que él le pagaba con comida y techo a Miller, a cambio de que Miller le enseñara inglés.

4.-Miller al terminar la semana se escapa, ya que las condiciones en que vivía bajo el techo del ruso y su familia, eran denigrantes, aún más que su vida en el departamento con sus compañeros.

5.-Miller conoce a una prostituta, llamada Germaine.

6.-Miller se enamora de Germaine.

7.-Después de varios encuentros gratuitos con ella, se da cuenta de que ella solo era una prostituta, y no una belleza.

8.-Miller comienza a relatar sobre como era su vida en Nueva York antes de irse a Paris.

9.-Vivía con un hindú que vivía de la compra y venta de joyería, le iba bien pero hubo un punto en que le empezó a ir pésimo.

10.-El amigo hindú con el que vivía, tiene un invitado joven, Kepi, de la religión Ghandi, no tenía mucho dinero pero le pide a Miller que si lo podía llevar a una casa de citas.

11.- Al llegar a la casa de citas, Kepi escoge una y Miller es forzado a escoger otra.

12.- Kepi, después de su encuentro sexual con la prostituta, defeca en el lavabo de su cuarto.

13.- La madame de la casa lo nota y hace un escándalo, pero al ver que Kepi está al borde de llorar la señora se tranquiliza, y los convence de que compren champagne para las chicas, como un tipo de recompensa del daño hecho por parte de Kepi.

14.- Pasa el tiempo y Miller habla sobre la mudanza de su amigo Van Norden, como pasa de un departamento cómodo a un edificio donde vivía Mauppssant, cosa que enorgullece a Van Norden.

15.- Van Norden y Miller contratan a una prostituta por 15 francos (que obviamente Van Norden los paga). La escena es un poco trágica, ninguno de los tres tiene apetito, Van Norden quiere sacar provecho de sus 15 francos, la prostituta quiere irse con el dinero, y Miller solo se queda observando, dándose cuenta de la soledad y tristeza con la que vive.

16.- Miller cuenta como es ser chulo; ser mantenido por una prostituta y no tener que hacer nada, y como eso lo satisface para sobrevivir.

17.- Carl, otro amigo chulo de Miller, comienza a escribirse con una mujer casada en sus cincuentas durante seis meses, Carl le cuenta a ella sobre Miller también y parece que también le gusta a ella.

18.- Después de seis meses, Miller deja a Carl en la supuesta residencia de la mujer casas para que el fin se conozcan ellos, al cerrar las puertas no supo más de ese día.

19.- Carl al día siguiente, por fin le cuenta a Miller su encuentro con la mujer, y este le dice que no fue nada grandioso, que solo tuvieron sexo sin pasión y que ya no la quiere volver a ver ya que la mujer comenzó a hablarle sobre el amor y viajar juntos o incluso vivir junto. Así que Carl, supuestamente, le menciona la mujer a Miller como otra opción.

20.- Van Norden, le cuenta a Miller que Carl le conto otra historia completamente diferente, que fue muy romántico el encuentro y que desparramaron pasión.

21.- Miller conoce a la mejor amiga que Van Norden, Bessie, mujer bisexual, que critica a Van Norden sobre cómo saber sobre pasión ni satisfacción al tener relaciones sexuales. A pesar de que Van Norden y Bessie no tienen nada, Miller piensa que están hechos el uno para el otro, pero que aún no se han dado cuenta.

22.-El asocial, Peckover, superior de trabajo de Miller en el departamento de correcciones ortográficas, muere a causa de una caída fatal en el vacío de un elevador. Miller cuenta como nunca fue querido ni notado por los superiores, pero le parece increíblemente hipócrita como todos los directores de la editorial comenzaron a hablar de Peckover como si haya sido amado y admirado por todos, incluso, le hicieron una ceremonia muy emocional con arreglos hermosos.

23.-Miller consigue el puesto que tenía Peckover.

24.-Pasa más tiempo aun y Miller ya Ileva 6 meses viviendo solo, sin compañeros y un poco más estable con su miserable sueldo.

25.-Boris, uno de sus antiguos compañeros de cuarto, le escribe una carta a Miller, diciendo que sentía a Miller bajo su piel desde aquella noche (no mencionada) Boris toco a Miller.

26.-La carta de Boris desconcierta a Miller, haciéndolo recordar sobre Mona, su esposa. Recuerda como fue vivir con ella y sus sentimientos profundos hacia ella, y como lo destrozó cuando ella partió un tren fuera de la vida de Miller.

27.-Tras sus pensamientos sobre Mona, y como lo abandono a causa de su estilo de vida tan miserable, llega a la conclusión de que ya no es ni Estadounidense, ni Neoyorkino y menos aun Europeo, ya no siente lealtad hacia ningún país, ni odios, ni responsabilidades, ni preocupaciones. Se considera ahora neutral.

28.-En un momento cuando iba de regreso en taxi de una noche de fiesta con Van Norden y la mujer de Sylvester (ex-compañero de cuarto que le daba comodidad a Miller al principio del libro) que lo mantuvo durante ese día, describe el espíritu de Paris como si fuese a través de los ojos de un taxista: Era su Paris; no importaba que fuera pobre, Paris estaba lleno de ellos, pero aun así le da la impresión de que se sienten en casa, afirmando que eso es lo que distingue a Paris de las demás metrópolis: no sentirse como un vagabundo.

29.-Repentinamente, tras haber filosofado sobre las calles de Paris, comienza a describir Nueva York, teniendo una sensación muy distinta a la de Paris; diciendo que hasta el más importante y rico se puede sentir insignificante en esa gran ciudad.

30.-En las calles comienza a notar carteles y muchos avisos sobre cómo estaba predominando el cáncer y la sífilis en Paris, cosa que lo aterroriza.

31.-Sin aviso alguno, Miller es despedido a causa de recorte de personal, como consecuencia tuvo que salirse del hotel donde se hospedaba y comenzar de nueva a holgazanear por las calles, durmiendo en bancas.

32.-Comienza a hacer amigos los cuales antes evitaba, para así poder sacarles comida.

33.-Miller habla sobre como la condición humana es una combinación de lo físico a lo espiritual.

Soy yo, Édichka. - Eduard Limónov

La rabia, la angustia, el dolor y la desesperación campan a sus anchas por Soy yo, Édichka. Sobre todo la rabia, la rabia de comprobar que el sueño americano es un engaño y que la única libertad que puedes encontrar en New York y por extensión de Occidente, es la que te permite comprar el dinero. Tras abandonar la URSS sin opción a volver jamás por haber sido declarado autor proscrito por la nomenklatura, Eduard Limónov y su esposa, la bellísima Elena Serguéievna, aterrizaron en la capital del mundo a mediados de los 1970s tras un breve periplo por Europa central. El libro comienza cuando el autor/protagonista acaba de mudarse al infame hotel Winslow tras haber sido abandonado por su mujer. Elena sueña con convertirse en top-model y está harta de malvivir con el salario de mierda de Édichka, así que su marido se convierte en un lastre, es un obstáculo de quien no duda en deshacerse.

Desde ese cuchitril adonde se acaba de trasladar, y atravesando toda la ciudad a pie, de norte a sur y de este a oeste, asistiremos a sus aventuras y desventuras como beneficiario del subsidio social. Porque Limónov tiene claro que no quiere ser un obrero más, no quiere un trabajo de 9am a 5pm y seguro médico, no busca una casa en las afueras y fines de semana con barbacoas en el jardín. Sus objetivos son la fama mundial por un lado y la supresión del orden establecido por otro. Sus armas para lograrlo son su gran talento y su inagotable energía. Aunque no llegue nunca a ser reconocido por nadie y se pase la mayor parte del tiempo bebiendo vodka no cejará en su empeño. Su carácter impulsivo y su personalidad rompedora le empujan a criticar el sistema capitalista de la misma manera que en la URSS criticó el comunista. Desde la libertad que le da ser un paria se dedica a desmontar tanto al complaciente exilio soviético con quien se ve obligado a convivir y a quien destesta, como a la exigua y bienintencionada izquierda americana, a quienes se acerca en su búsquedad de la rebelión pero con un ojo siempre puesto en integrarse con los elusivos norteamericanos. El otro gran leitmotiv de la narración es el dolor por la traumática separación de su esposa, pues para Limónov el motor de la existencia es si duda el amor, ese amor desinteresado que proporciona satisfacción en sí mismo, sin necesidad siquiera de ser correspondido.

El lenguaje es crudo, sin concesiones, cargado de improperios, de expresiones malsonantes, de sexo explícito. Hay momentos de humor auténticamente desternillantes y hay relatos de nostalgia bien entendida muy, muy emotivos. Todos los estamentos sociales reciben una necesaria y certera crítica por parte del autor, a quien no le tiembla la pluma para sacar los colores a los dos grandes bloques y a todo lo que nos podamos encontrar en medio.

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Soy yo, Édichka de Eduard Limónov

Hay personajes tan alocados y extraños que parecen irreales. Personajes que si se convierten en escritores acaban destacando por encima de sus propias obras, de las que muchas veces se hacen a sí mismos protagonistas.



Las obras de Limónov son ya, per se, una biografía. Porque como Miller, Limónv sólo habla de Limónov. Si bien, frente al autor norteamericano (en el que el surrealismo y el monólogo interior tenían una gran importancia), el ruso es pura acción, puro ir y venir entre ráfagas de reflexión, ansias de amor y necesidad de supervivencia.

Porque en “Soy yo, Edichka” el Limónov que nos encontramos en un emigrante ruso de la Guerra Fría que se ha asentado en los Estados Unidos y que vive del subsidio. Entre otras cosas, porque no quiere trabajar. Al menos, no en otra cosa que no sean sus versos:

Recibo una prestación social. Vivo a vuestra costa; vosotros pagáis impuestos y yo no hago una mierda

La esclavitud que supone el trabajo en las ciudades contemporáneas (un trabajo deshumanizado, que muchas veces ni permite comprar el producto que se fabrica), será uno de los grandes temas del libro. Porque, lo que Limónov descubre al llegar al otro lado del telón de acero es que no sólo todo lo que le han contado del comunismo es mentira, sino que todo lo que le han contado del capitalismo es verdad.

“Cómo eliminar el concepto de “trabajo” en sí, cómo atentar contra sus cimientos, entonces sí habrá una auténtica revolución, cuando el concepto de “trabajo” desaparezca, entendido como el trabajo por dinero, para vivir”

El otro gran tema es la falta de amor; de amor personal, sí, pero también social, humano. Édichka, recorriendo todas las calles de Nueva York arriba y abajo, acostándose con hombres y mujeres busca, sobre todo, amor. Y en concreto, ser amado: entregarse y que alguien, dice, le mime y le cuide. Y en esa búsqueda de alguien que lo ame, Limónov se arrima siempre a los torcidos de la vida, a los que tienen tanto hambre como él, a los marginados: como si la vida fuera una ecuación matemática en la que dos negativos pudieran dar un positivo.

Por supuesto, apenas logra nada, pues sigue enamorado. Y es que al comienzo de la novela, y en repetidas ocasiones a lo largo de ella, Limónov nos informa de que había sido feliz, de que tenía una mujer hermosa y ella lo ha abandonado. Esa mujer, como la que provocó la guerra de Troya, se llama Elena. Su búsqueda de amor es sólo una manera de tratar de olvidarla.

En el más maravilloso capítulo de la novela, el séptimo, titulado “donde ella hacía el amor”, veremos a Limónov visitar, en un ataque de masoquismo, el estudio donde su mujer lo engañaba con un pintor: el hombre por el que acabó dejándolo:

Soy un soldado de un batallón vencido. Las tropas se han ido: el campo de batalla está desierto, y yo he ido allí para examinarlo. Deambulo entre los matorrales, me encaramo a las construcciones e intento determinar la causa de la derrota. ¿Por qué nos han vencido?

Un capítulo de una honestidad cruel, como el resto de la obra. Una obra que se lee con cierta ansia, riendo y maldiciendo a partes iguales y gracias a la cual, cuando uno llega al final, tiene ganas de salir corriendo a ver qué más se ha publicado de Limónov. Sólo hay otros dos títulos disponibles: “Historia de un servidor” e “Historia de un granuja”.

Por cierto, que si uno investiga otro poco descubre que Limónov es hoy el líder de un partido blochevique y uno de los más destacados opositores a Putin en Rusia.

En cualquier caso, “Soy yo, Édichka” es una alegría y una sorpresa; es, con claridad, una de las mejores novelas que se han publicado en este 2014 por lo que tiene de crudeza, de realismo, de honestidad.

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