sábado, 6 de agosto de 2016
América - Franz Kafka
Publicada póstumamente, América es una novela menos conocida que otras del gran escritor praguense (1883-1924).
Narra las aventuras de Karl Rossmann, un chico de dieciséis años que es enviado a América por sus padres, tras haber sostenido relaciones con la criada.
Una vez embarcado, la rapidez con que entabla amistad con el fogonero y la profundidad que llega a adquirir ese vínculo quedan de manifiesto cuando rompe a llorar al verlo por última vez. Esto a su vez demuestra, desde el inicio de la novela, una insondable falta de afecto en Karl.
Pronto aparecerá la figura de un tío radicado en Nueva York, que lo conducirá hacia un ambiente amable, preocupándose además por educarlo con esmero. Para la mala suerte del chico, esta situación dura muy poco ya que, tras un incidente nimio, la actitud de su pariente da un giro asombroso: simplemente se deshace de él sin una explicación congruente. Con esto se le imprime -de entrada- a la obra esa significación desconcertante, tan característica en la narrativa Kafkiana.
En pocas páginas se pasa de la cordialidad absoluta a un laberinto de situaciones incomprensibles y complejas. Tanto las extrañas actitudes que van adquiriendo los personajes, como el ambiente tan asfixiante en que se desarrollan, arrojan de improviso al muchacho a una nueva vida en la que tendrá que empezar de cero y en la que conocerá al país en sus más diversos estratos.
Sin embargo, no dejará de buscar su camino. Incluso al obtener un empleo (de ascensorista) que en un principio pareciera que lo va a sumir en la completa monotonía -al tratarse de uno de esos desquiciantes y anquilosadores trabajos que no precisan más que pulsar un botón-, Karl logra encontrar algún entretenimiento entre la interacción con los otros chicos y su amistad con Therese (cuya historia es desgarradora, por cierto: otro ser marginado y condenado, que no deja de reflejar la difícil situación en la que se encontraban tantos inmigrantes en esa época).
Los mismos malhechores que acompañan al protagonista durante buena parte del relato, (Delamarche y Robinson), son unos pobres seres a quienes la vida los vive y que están sentenciados a padecer lo indecible por ser víctimas de su pereza y de su incapacidad para hacerse cargo de sí mismos.
Pero en este libro la verdadera víctima es Karl, un chico listo que construye sus pensamientos de forma sorprendente, pero a quien de manera fatalista todo sale mal, sin que valga actitud, razonamiento o acción alguna dirigida a conseguir lo contrario. Es impresionante el modo en que Kafka narra una historia en la que el personaje no logra dar con una vía de escape y que, además, se muestra completamente incapacitado para resolver las situaciones que se le van presentando. Me llena de desasosiego el haberlo visto condenado a las vicisitudes del destino una y otra vez, en una sucesión de episodios que terminaban para volver a empezar. Y lo más sorprendente es que todo este azaroso y catastrófico relato esté narrado de tal manera que el lector no siente la urgencia de buscar un paño de lágrimas (tiene incluso sus partes divertidas y humorísticas).
El capítulo final resulta tan incierto como el resto del libro: contratado para trabajar en el Gran Teatro –que absurdamente acepta a cualquiera que solicite su ingreso-, Karl emprende un viaje hacia la incertidumbre, hacia lo ilusorio (y vanamente prometedor). Y, no obstante, el añadido final a la obra revela una esperanza inusitada, gracias a lo dicho por el gran amigo de Kafka, Max Brod:
Sin esta nota del traductor, el final me hubiera resultado muy distinto. ¿Le creemos a Brod?
«En el “casi ilimitado” Teatro de Oklahoma encontró Karl -según afirma Max Brod, basándose en insinuaciones orales de Franz Kafka, quien se refería a estos hechos sólo vagamente y con misteriosa y amante sonrisa- su misión, su libertad, su fundamento vital; más aún, hasta volvió a ver allí, como por encanto celestial, a sus padres, a su misma tierra patria.»
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