La señora Dalloway es la primera de las novelas con que Virginia Woolf revolucionó la narrativa de su tiempo, relata un día en la vida londinense de Clarissa, una dama de alta alcurnia casada con un diputado conservador y madre de una adolescente.
La historia comienza una soleada mañana de 1923 y termina esa misma noche, cuando empiezan a retirarse los invitados de una fiesta que se celebra en la mansión de los Dalloway. Aunque en el curso del día suceda un hecho trágico -el suicidio de un joven que volvió de la guerra con la mente perturbada-, lo verdaderamente esencial de la obra estriba en que los hechos están narrados desde la mente de los personajes, con un lenguaje capaz de dibujar los meandros y ritmos escurridizos de la conciencia.
Mrs Dalloway, a sus cincuenta y dos años, vive inmersa en obligaciones y quehaceres propios de su condición. Ese día en concreto, deberá encargarse de organizar una fiesta. Sin embargo un reencuentro le hará recapacitar sobre las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida. ¿Acertó cuando, treinta años antes, se casó con el político Richard Dalloway? ¿No hubiese sido mejor la vida romántica y aventurera que le proponía Peter, su otro pretendiente?
Un simple paseo, la toma de decisiones triviales, sirven de excusa para preguntarse por quién gobierna nuestros destinos, en qué nos convertimos o por qué acabamos siendo la copia exacta de lo que nunca quisimos ser.
Tanto estos personajes como la narración se mueven en dos niveles: el histórico, externo y lineal, y el psicológico, interno y subjetivo. Al igual que el Ulises de James Joyce, Mrs. Dalloway se desarrolla en un solo día de la vida de los protagonistas, lo que se transforma en una sensación de estar viviendo en tiempo real los sucesos que se nos cuentan.
La línea argumental es simple y narra un acontecimiento banal: Mrs. Dalloway se prepara desde la mañana para recibir a sus amigos esa noche, en su casa. En la fiesta se reencontrarán personas que han dejado de verse durante años, y debido al reencuentro la historia se desarrolla en tres tiempos que se alternan: el pasado que compartieron, el presente que los reúne y enfrenta, y el futuro que los espera.
Desde los preparativos, Clarissa se deja invadir por los recuerdos. La protagonista se traslada a su adolescencia en Bourton, el campo, lugar en donde frecuentaba a los amigos que vendrán a su casa esa noche, y en donde conoció a su marido. Volver al pasado le permitirá analizar el presente, examinando el por qué de sus elecciones y proyectando a la vez su futuro, que en una mujer de más de 50, será la vejez.
Clarissa reconoce la fuerte atracción que un hombre como Peter ejerció sobre ella. Cuando vuelve a verlo, vuelve a sentir esa chispa, esa electricidad, esa provocación que fue parte del juego amoroso; pero ante ese juego, que ella encontró peligroso, valora la estabilidad y la serenidad que Richard Dalloway, su marido, le ofrecía y le ofrece. La estabilidad es la base de su relación matrimonial, madura y serena como buenos compañeros, pero carente de misterio y emoción. Son colegas, más que enamorados. La pasión está excluida. Clarissa eligió buscando seguridad.
La historia se inicia en la mañana, continúa en la hora del almuerzo, se detiene en la modorra de la siesta y las horas que quedan de la tarde, para culminar esa noche en la fiesta. Y así como la narración tiene mañana, tarde y noche, los personajes también fueron jóvenes (tuvieron mañana), luego adultos (están en la tarde) y viven conscientes de la proximidad de la vejez (que será la noche). Sin embargo, a pesar del paso del tiempo que todo lo transforma, hay algo que es inmutable: la esencia de las personas, ese conjunto de elementos que perduran más allá de las formas.
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