viernes, 2 de octubre de 2015

Soy yo, Édichka de Eduard Limónov

Hay personajes tan alocados y extraños que parecen irreales. Personajes que si se convierten en escritores acaban destacando por encima de sus propias obras, de las que muchas veces se hacen a sí mismos protagonistas.



Las obras de Limónov son ya, per se, una biografía. Porque como Miller, Limónv sólo habla de Limónov. Si bien, frente al autor norteamericano (en el que el surrealismo y el monólogo interior tenían una gran importancia), el ruso es pura acción, puro ir y venir entre ráfagas de reflexión, ansias de amor y necesidad de supervivencia.

Porque en “Soy yo, Edichka” el Limónov que nos encontramos en un emigrante ruso de la Guerra Fría que se ha asentado en los Estados Unidos y que vive del subsidio. Entre otras cosas, porque no quiere trabajar. Al menos, no en otra cosa que no sean sus versos:

Recibo una prestación social. Vivo a vuestra costa; vosotros pagáis impuestos y yo no hago una mierda

La esclavitud que supone el trabajo en las ciudades contemporáneas (un trabajo deshumanizado, que muchas veces ni permite comprar el producto que se fabrica), será uno de los grandes temas del libro. Porque, lo que Limónov descubre al llegar al otro lado del telón de acero es que no sólo todo lo que le han contado del comunismo es mentira, sino que todo lo que le han contado del capitalismo es verdad.

“Cómo eliminar el concepto de “trabajo” en sí, cómo atentar contra sus cimientos, entonces sí habrá una auténtica revolución, cuando el concepto de “trabajo” desaparezca, entendido como el trabajo por dinero, para vivir”

El otro gran tema es la falta de amor; de amor personal, sí, pero también social, humano. Édichka, recorriendo todas las calles de Nueva York arriba y abajo, acostándose con hombres y mujeres busca, sobre todo, amor. Y en concreto, ser amado: entregarse y que alguien, dice, le mime y le cuide. Y en esa búsqueda de alguien que lo ame, Limónov se arrima siempre a los torcidos de la vida, a los que tienen tanto hambre como él, a los marginados: como si la vida fuera una ecuación matemática en la que dos negativos pudieran dar un positivo.

Por supuesto, apenas logra nada, pues sigue enamorado. Y es que al comienzo de la novela, y en repetidas ocasiones a lo largo de ella, Limónov nos informa de que había sido feliz, de que tenía una mujer hermosa y ella lo ha abandonado. Esa mujer, como la que provocó la guerra de Troya, se llama Elena. Su búsqueda de amor es sólo una manera de tratar de olvidarla.

En el más maravilloso capítulo de la novela, el séptimo, titulado “donde ella hacía el amor”, veremos a Limónov visitar, en un ataque de masoquismo, el estudio donde su mujer lo engañaba con un pintor: el hombre por el que acabó dejándolo:

Soy un soldado de un batallón vencido. Las tropas se han ido: el campo de batalla está desierto, y yo he ido allí para examinarlo. Deambulo entre los matorrales, me encaramo a las construcciones e intento determinar la causa de la derrota. ¿Por qué nos han vencido?

Un capítulo de una honestidad cruel, como el resto de la obra. Una obra que se lee con cierta ansia, riendo y maldiciendo a partes iguales y gracias a la cual, cuando uno llega al final, tiene ganas de salir corriendo a ver qué más se ha publicado de Limónov. Sólo hay otros dos títulos disponibles: “Historia de un servidor” e “Historia de un granuja”.

Por cierto, que si uno investiga otro poco descubre que Limónov es hoy el líder de un partido blochevique y uno de los más destacados opositores a Putin en Rusia.

En cualquier caso, “Soy yo, Édichka” es una alegría y una sorpresa; es, con claridad, una de las mejores novelas que se han publicado en este 2014 por lo que tiene de crudeza, de realismo, de honestidad.

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