sábado, 29 de octubre de 2016

En el camino de Jack Kerouac


"En el camino" fue la biblia y el manifiesto de la generación beat. En esta novela se narran los viajes enloquecidos, a bordo de Cadillacs prestados y Dodges desvencijados de Dean Moriarty y el narrador Sal Paradise, recorriendo el continente, de Nueva York a Nueva Orleans, Ciudad de México, San Francisco, Chicago y regreso a Nueva York.
Sal Paradise es un joven escritor que vive tranquilamente en con su tía en Nueva York al que le empieza a aburrir su ciudad y necesita vivir nuevas experiencias. Es un personaje bohemio que se deja llevar por los demás.
Dean Moriarty es un joven con una vida difícil, incapaz de comprometerse con nada ni nadie, lo único que le interesa es viajar y vivir la vida al máximo llevado por sus impulsos, por ejemplo, por su adicción a robar autos para después dejarlos tirados solo por el placer de salir a dar vueltas o de hablar horas y horas sobre un simple detalle.
Dean era hijo de un borracho miserable, uno de los mas vagos de la calle Larimer. A los seis años solía comparecer ante el juez para pedirle que pusiera en libertad a su padre. Solía mendigar en las callejas y entregaba el dinero a su padre, que esperaba entre botellas rotas con algún viejo amigote.
Luego, cuando Dean creció, empezó a frecuentar los billares de Glenarm y fue a parar a un reformatorio. Desde los once a los diecisiete años pasó la mayor parte del tiempo en reformatorios. Su especialidad era el robo de coches; luego acechaba a las chicas a la salida de los colegios, y se las llevaba a las montañas, se las volteaba y volvía a dormir a cualquier cuartucho de un hotel de mala muerte.
Los demás personajes que van apareciendo son de la misma esencia: jóvenes impulsados por la edad a buscar nuevas experiencias. Es el comienzo de la generación beat, un grupo que antecedió a los Hippies.
La lista de los "héroes menores" es interminable: Chad King, Carlo Marx, Marylou, Bull Lee, Elmer Hassel, Jane, Roy Johnson, Ed Dunkel, Remi Boncoeur, Lee Ann, Montana Slim, Mississippi Gene. Este grupo manifiesta un afán indescriptible por vivir, considerado lo único sagrado, lo cual significa vivir al máximo. La vida para ellos tiene como sustancia la conciencia obnubilada de la muerte cercana. Se vive intensamente como si se estuviera muriendo.
Sal conoce a Dean, a través de un amigo, al que Dean escribía desde un reformatorio, para que le ayudara a culturizarse y le enseñase lo que sabía. Chad se lo cuenta a Sal para que este, al ser un escritor, ayude a Dean.
Después de que se conocen, Dean aparece un día en casa de la tía de Sal en Nueva York, Sal se queda extrañado al ver que Dean quiere aprender a escribir y por eso lo busca. Aun a sabiendas de que Dean se estaba aprovechando de él, no podía pedirle que se marchara porque necesitaba las aventuras que cada día le daba: salidas nocturnas, alcohol, drogas, mujeres, una vida que siempre había querido probar pero nunca se había atrevido.
Dean más tarde se casa con una chica a la que trata mal, y acaban separándose y discutiendo, de donde sale una denuncia falsa sobre Dean que hace que tenga que escaparse para que no lo detenga la policía.
El primer viaje de Sal es a Denver donde también habían viajado sus amigos incluido Dean. Para llegar allí Sal hace autoestop, y en el transcurso del viaje se encuentra con muchas personas distintas. Cuando llega se encuentra con sus amigos y pasa varias noches en casa de Chad y después vuelve a casa.
Su siguiente viaje es a San Francisco donde siguen sus aventuras nocturnas. Después de estar en San Francisco, conocen a una chica, lo cual le lleva a viajar a México.
Dean aparece en Virginia en las navidades del siguiente año donde se encuentra Sal, allí Dean causa una mala impresión en la familia de Sal. Sal y Dean viajan a Nueva York para llevar unos muebles del hermano y luego vuelven a por la tía de Sal.
Después de pasar unos meses en Nueva York vuelven a San Francisco parando unos días en Nueva Orleans y después de una temporada en San Francisco Sal vuelve a Nueva York.
En su siguiente viaje vuelve a Denver pero no encuentra a ninguno de sus amigos y decide seguir hasta San Francisco donde encuentra a Dean destrozado por sus salidas nocturnas. Después de estar allí vuelven a Denver, y pasando por Detroit llegan a Nueva York.
“En el camino” quiere decir más o menos lo siguiente: dejarse quemar por la locura, por los viajes, por las drogas. Esta vida es para pocos, para aquellos que ya están destinados al desajuste y al desenfreno, a la ruptura de las fronteras entre ciudades, estados y también países. Lo importante no es el llegar, sino el viaje en sí: el estar "en el camino".
Es una forma de vida que desconoce lo convencional, los amores eternos quedan atrás, la estructura familiar de los beats está destrozada. Quienes andan en el camino son hijos de drogadictos, de prostitutas, de alcohólicos o de vagabundos.
Andar de camino es ganarse la vida, el alimento y lo necesario para el próximo viaje. La desolación de ir por la carretera, en un camión, se hace presente como síntoma de una generación que no tiene otro lugar a dónde ir; no hay nada por hacer: una carrera universitaria no asegura nada, un negocio no es para ellos, pues su vida está destinada al camino, ya sea haciendo autostop en las diferentes carreteras (las Rutas 6 y 66) o en trenes de carga de las líneas Missouri Pacific, Great Northern o Rock Island.
De cierta manera, la novela no muestra tajantemente el dolor que subyace en la piel, en la búsqueda de algo incesantemente, en la conciencia desgarrada de no poder encontrar algo. Por esto, el beat siempre va hacia delante, el dolor lo impulsa a no detenerse.
Para ellos sólo hay hogares temporales en cuartos de hoteles desvencijados. La sed vital insatisfecha, la búsqueda de horizontes de sentido, de dicha y de conocimiento y los atisbos místicos se estrellan contra una realidad inhóspita y desesperanzada.
El último viaje de Dean es a Nueva York donde va en busca de unos papeles para divorciarse de su actual mujer a la que abandonó poco después de casarse. Mientras que Sal sienta la cabeza.
Jack Kerouac escribió este himno definitivo de la generación beat en solo 3 semanas en un departamento de la calle 20 oeste en Manhattan, en el año 1951.

Sin Blanca en París y Londres de George Orwell


Orwell llega a París con el poco dinero que tiene de dar clases de inglés particulares que, por un motivo u otro, llegan a su fin demasiado pronto. Va cambiando de lugar de hospedaje, se ve obligado a empeñar su ropa, y pasa varios días sin comer. Por suerte encuentra trabajo en un restaurante de un hotel en la calle Rivoli – una de las calles más conocidas, y donde hay los mejores hoteles, de París – y más tarde en un pequeño restaurante regentado por unos imigrantes rusos. Este es el primer contacto que tiene el autor con la miseria, con un trabajo que podría considerarse una esclavitud.
En ambos casos Orwell – o Eric Blair, su verdadero nombre – trabaja de plongeur, uno de los empleos de menor rango en la hostelería, dedicando gran parte de su tiempo lavando platos y, básicamente, hacer cualquier cosa que le manden. Así que tenemos dos visiones muy distintas, desde un prestigioso hotel y desde un pequeño restaurante que justo acaba de abrir. En todo caso, las condiciones de vida son muy precarias, él llega a trabajar diecisiete horas diarias, entre seis y siete días por semana. Y, cuando tiene un día libre, lo único que se ve capaz de hacer es emborracharse. En sus noches en los bistro conoce personajes bastante curiosos, y cuenta sus historias, y algunas ponen los pelos de punta.
Pero él no es el único, miles y miles de personas seguían esa misma rutina en su época, y el autor bien lo hace notar. Además reflexiona sobre las consecuencias de tal trabajo sobre el ser humano, como lo rebaja a una bestia, como le hace incapaz de desarrollar cualquier tipo de pensamiento que no sea ejecutar mecánicamente las órdenes. También se cuestiona la verdadera utilidad – para la sociedad – de trabajos así, por qué siguen persistiendo, etc.
Tras una larga temporada en París vuelve a Londres ya que un amigo suyo le ha prometido un empleo. Pero al llegar descubre que no podrá empezar a trabajar hasta dentro de unas seis semanas, por lo que vuelve a estar sin un penique. Entonces se convierte en un vagabundo, errando por distintas pensiones, o incluso en las 'spikes'. Se trata de un lugar al que acude la gente pobre sin medios para sustentarse – de hecho, un requisito para entrar es no tener dinero en los bolsillos –, se les da cobijo y un poco de pan por una noche – literalmente, están encerrados allí – y luego les dejan salir con algún vale o algún otro trozo de pan, y no pueden volver en un mes. Además, ¿sabian que en Inglaterra estaba prohibido mendigar? ¿y que se penaba con una condena de siete a catorce días de cárcel?
Por estos lares nos lleva Orwell, describiendo lo que a él le ocurrió, las historias que le contaban, los vagabundos que encontraba o con quiénes entablaba amistad, y creo que muchas veces suavizaba los términos de su relato. Pero en todo caso, en su prosa no encontrarán metáforas ni ningún tipo de embellecimientos, escribe de una forma muy austera y muy directa. Sus vivencias durante estas semanas también le dan pie para muchas reflexiones respecto al estado de las leyes sobre la pobreza en su país, cuán injustas son y lo poco que hacen para solucionar realmente el problema. También ataca los prejuicios de la sociedad de su época sobre los vagabundos, los mendigos, y la gente que no puede ganarse la vida.
«Vale la pena decir algo sobre la posición social de los mendigos, porque cuando los has tratado y has visto que son seres humanos normales y corrientes, es inevitable que te llame la atención la curiosa actitud que la sociedad adopta respecto a todos ellos. A lo que parece, la gente cree que hay una diferencia esencial entre los mendigos y los hombres "que trabajan". Son una raza aparte, marginados, como los delincuentes y las prostitutas. Los trabajadores "trabajan", los mendigos no "trabajan"; son parásitos, son inútiles, por naturaleza. Se da por supuesto que un mendigo no se "gana" la vida igual que un albañil o un crítico literario se "ganan" la suya. Es una simple excrecencia social, tolerada porque vivimos en una era humana, pero esencialmente despreciable.
»Ahora, si nos fijamos bien se ve que no hay ninguna diferencia esencial entre los medios de vida de un mendigo y los de un montón de gente respetable. Los mendigos no trabajan, se dice; pero, entonces, ¿qué es trabajar? Un peón trabaja haciendo servir el pico. Un contable trabaja sumando cifras. Un mendigo trabaja estando en la calle llueva o nieve, víctima de las varices, contrayendo bronquitis crónicas, etc. Es un oficio como cualquier otro; completamente inútil, claro, pero muchos oficios reputados también son completamente inútiles.
Además, como tipo social un mendigo es muy comparable al resto de la gente. Es honesto comparado con los vendedores de la mayoría de especialidades médicas, altruista comparado con el propietario de cualquier semanario, amable comparado con un vendedor de productos a plazos; en resumen, un parásito, pero un parásito bastante inofensivo. Casi nunca saca de la comunidad otra cosa que los medios ralos para subsistir y, cosa que según nuestro código ético lo tendría que justificar, lo paga con creces a través del sufrimiento. No creo que un mendigo tenga nada de especial que lo tenga que situar en una clase diferente del resto de personas, nada que dé derecho a la mayoría de hombres de hoy en día a despreciarlo.
»Entonces surge la pregunta: ¿por qué se desprecia a los mendigos? (ya que es evidente que se los desprecia universalmente). Creo que es por la simple razón de que no consiguen ganarse bien la vida. En la práctica a nadie le importa si un trabajo es útil o inútil, productivo o parasitario; la única cosa que se exige es que sea rentable. Detrás de todo lo que se habla hoy día sobre energía, eficiencia, servicio social, etcétera, ¿qué hay sino la idea de "ganar dinero, ganarlo legalmente y ganar mucho"? El dinero se ha convertido en la gran prueba de la virtud. Los mendigos no superan esta prueba, y por tanto se los desprecia.»
Las últimas palabras de este libro son quizá un primer paso que dar en cambiar nuestra forma de pensar. Aplíquenlas al vecino y al extraño, al compatriota y al extranjero:
«De todas maneras, puedo apuntar una o dos cosas que sin duda he aprendido después de vivir sin blanca. No volveré a pensar jamás que todos los vagabundos son un hatajo de borrachos facinerosos, ni esperaré que ningún mendigo se sienta agradecido cuando le dé un penique, ni tampoco me sorprenderá la falta de energía de un hombre que no tiene trabajo, ni me inscribiré en el Ejército de Salvación, ni empeñaré la ropa, ni rechazaré un folleto de propaganda, ni comeré a gusto en un restaurante de lujo. Por algo se empieza.»
Orwell narra en primera persona su propia experiencia con la miseria:
“El primer contacto con la pobreza resulta curioso. Has pensado mucho en ella, la has temido toda la vida y sabías que acabarías enfrentándote a ella tarde o temprano; pero resulta ser total y prosaicamente diferente de lo que imaginabas“.
Durante ese tiempo, el autor se tropieza con un sinfín de personajes en su misma situación, que dan pie a historias repletas de humor, surrealismo y ternura.
“Los barrios bajos de París son un imán para los excéntricos: gente que ha caído en uno de esos surcos solitarios y medio desquiciados de la vida y ha renunciado a ser decente o normal. La pobreza los libera de los patrones normales de comportamiento, igual que el dinero libera a la gente del trabajo“.
Las casas de huéspedes son el lugar idóneo para cruzarse con este tipo de personas. Allí podemos encontrarnos con un búlgaro, que “confeccionaba zapatos de fantasía para el mercado estadounidense. De seis a doce de la mañana se sentaba en la cama y cosía una docena de zapatos, el resto del día asistía a clases en la Sorbona“, o con una mujer que convivía con su hijo, un artista. Mientras la devota madre “trabajaba dieciséis horas al día, zurciendo calcetines a veinticinco céntimos el calcetín, el hijo, bien vestido, haraganeaba en los cafés de Montparnasse“.
Los bistrós son asimismo un lugar frecuentado por personajes como R, un inglés que vivía seis meses del año en Inglaterra con sus padres y los seis restantes en Francia: “Cuando estaba en Francia bebía cuatro litros de vino al día, y seis litros los sábados; una vez había viajado hasta las Azores, porque allí el vino era más barato que en ningún otro lugar de Europa“, o Jules, el rumano, que tenía un ojo de cristal y se negaba a admitirlo.
Por las calles de Londres podía admirarse la obra de Bozo, un pintor callejero, que “hablaba de un modo extraño, una especie de cockney lúcido y expresivo. Era como si hubiese leído buenos libros, pero no se hubiera molestado en perfeccionar su gramática“. Dio clases de astronomía al escritor, pues parecía preocupado por su ignorancia al respecto. Era un espíritu libre, que despreciaba a los demás pintores callejeros por parecerle un atajo de borregos ignorantes; y un ateo empedernido “de esos que no es que no crean en Dios, sino que le tienen antipatía personal“.
Entre todo este enjambre de seres excepcionales, emerge su caldo de cultivo: la miseria, así como sus respectivos satélites: el hambre, que “te deja en un estado parecido a la convalecencia de una gripe, como si no tuvieras nervios ni cerebro, como si te hubiesen sacado la sangre y la hubiesen reemplazado por agua tibia“; la mentira: “de pronto, tus ingresos se reducen a seis francos al día. Pero, por supuesto, no osas admitirlo: tienes que fingir que sigues como siempre“; la falta de sueño y la explotación laboral: “diecisiete horas y media casi sin descanso. Hasta las cinco de la tarde no teníamos tiempo de sentarnos un rato, e incluso entonces el único sitio disponible era el cubo de la basura“.
El texto se vuelve más oscuro en Londres, como si la niebla propia del lugar hubiese devorado la luz, la esperanza, la libertad. Su situación entonces es todavía peor, ya que ni siquiera tiene trabajo, viéndose abocado a la trashumancia de los vagabundos: de albergue en albergue, caminando durante horas para lograr un par de rebanadas con margarina con té, como única comida del día, y dormir en la cama dura y helada de una celda; o en una sala llena de cientos de vagabundos, en la que es imposible pegar ojo durante más de una hora, pues muchos de ellos padecen de tos crónica y de incontinencia, lo que los obliga a levantarse una y otra vez; o incluso en el Ataúd, que cuesta cuatro peniques la noche por dormir en “una caja de madera, tapado con una lona alquitranada“.
"Hay otra sensación que constituye un gran consuelo en la pobreza. Creo que cualquiera que haya pasado apuros económicos la habrá experimentado. Es una sensación de alivio, casi placentera, al saber que por fin estás sin blanca. Has hablado tantas veces de la posibilidad de acabar en el arroyo y resulta que ya estás en él y puedes soportarlo. Eso te quita muchas preocupaciones"

La revolución es un sueño eterno de Andrés Rivera


El libro entero trabaja sobre la siguiente paradoja: Juan José Castelli, el orador de la revolución, muere enfermo por un cáncer de lengua, sin poder hablar. La escena en donde casi toda la novela transcurre la constituye el juicio que el entonces gobierno de Buenos Aires le hace a Castelli, acusado de múltiples e igualmente ridículos delitos. El vocero de la revolución, el enviado por la primera junta a la campaña al Alto Perú, es juzgado por el mismo proyecto que había ayudado a construir.
Toda la novela recorre esta contradicción, la que hace que los revolucionarios carezcan de revolución, la que tiende a condenar y marginar a los patriotas más radicales. En este mismo sentido el personaje de Castelli recuerda a Mariano Moreno, muerto en circunstancias más que dudosas en alta mar; entabla diálogos constantes con su primo Belgrano, abandonado por el gobierno porteño, y comparte ajedreces con Monteagudo, asesinado varios años después en Lima.
Castelli, enfermo y sometido a un juicio que nunca concluirá, se pregunta qué juró aquel 25 de mayo en el cabildo abierto. Se pregunta qué les faltó para que la realidad venciera a la utopía, qué es lo que hizo que la revolución tal como la habían concebido fuera más parecida a un sueño eterno que a una realidad concreta.
El revolucionario Juan José Castelli, después de darle a la causa criolla los argumentos para derrotar a los españoles en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 y tras una dura campaña al frente del Ejército del Norte, es desplazado del poder y muere, solo y empobrecido. Andrés Rivera imagina unos textos desgarrados y escépticos que Castelli escribe en cuadernos privados e intercalando otras voces y una narración lúcida y precisa, el autor arroja una nueva mirada sobre la historia.

En la carretera (El rollo mecanografiado original) de Jack Kerouac


El Sal Paradise de todas las ediciones conocidas de esta novela mítica es aquí, al fin, Jack Kerouac. Y Dean Moriarty es Neal Cassady, y Carlo Marx es Allen Ginsberg, y Bull Lee es William Burroughs. Con la publicación del rollo original, la gesta viajera y existencial de En la carretera se vuelve autobiográfica de pleno derecho y a plena luz del día, sin censura alguna. Y el relato adquiere toda su potencia narrativa.
En él la obra original se libera de la poda editorial a que ha sido sometida hasta hoy y recupera su colosal envergadura. Seguimos a Kerouac y a Neal Cassady -el gran buscón, el «santo», el pecador contumaz y pletórico de carisma que roba protagonismo al autor en este viaje iniciático.
El lector siente los anhelos, la desolación, el éxtasis, el alcohol, la hierba, el sexo, el jazz, la época prosaica y adormilada contra la cual gritan; tiene en sus manos una suerte de manifiesto de la beat generation, que tanta épica ha aportado a la literatura, el cine y la música del mundo occidental contemporáneo.
Los personajes recuperan su nombre real, y sus lances amorosos se vuelven más explícitos. Y ello confiere a la historia un tono más genuinamente autobiográfico, sobre todo en lo que concierne a Neal Cassady y Allen Gingsberg.

jueves, 27 de octubre de 2016

Cosmópolis de Don DeLillo


Eric Packer es un multimillonario de 28 años que realiza una odisea a través de Manhattan para cortarse el pelo. Hizo su fortuna en el mercado de valores. Como en el Ulysses, la acción en Cosmópolis ocurre en un solo día, en este caso “un día de abril del año 2000". Se trata de un día conflictivo, pues el Presidente de la nación visita la ciudad y Manhattan estará especialmente colapsado.
El viaje de Packer se ve dificultado por numerosos atascos de tráfico causados por la visita presidencial y además por una violenta protesta anticapitalista y un funeral masivo por la muerte de una estrella del rap. Su vehículo es una lujosa y espaciosa limusina, equipada con pantallas de televisor y monitores de computadora, a prueba de balas y con pisos de mármol de Carrara.
En este día de abril del 2000, Packer está a punto de entrar en bancarrota, ya que invirtió todo su dinero -y el de los accionistas que confían en él- en una “apuesta” contra el yen japonés que sube sin parar. El protagonista pierde cantidades increíbles de dinero por apostar contra la subida del yen.
A lo largo del camino el protagonista se encuentra casualmente con su esposa en repetidas oportunidades, recibe visitas laborales y tiene encuentros sexuales con otras mujeres. Asimismo, Packer es acechado por dos hombres, "asesino pastelero" y una inestable "amenaza creíble".
Durante el recorrido entrará en contacto con distintas personas. Algunas entrarán en la limusina, como su asesora financiera, a quien encuentra corriendo por el parque al ser su día libre y con quien mantiene “singulares” relaciones sexuales mientras un médico le realiza una exploración prostática.
En otros casos es él quien abandona el vehículo, ya sea para comer con su esposa -poeta y, como él millonaria-, con quien lleva casado veintiún días , aunque todavía no han consumado el matrimonio, o para hacer el amor con antiguas amantes, por supuesto de forma más próxima al sadomasoquismo que al romanticismo. Y desde su insonorizada y blindada limusina observa el mundo: la gente por la calle, los turistas como borregos, los manifestantes protestando, alguien que se suicida quemándose a “lo bonzo”.
El interrogante respecto a Packer que DeLillo plantea en el primer párrafo de la novela, “¿Qué le quedaba en firme?”, se va progresivamente sustanciando en una devastadora respuesta nihilista. Packer ha alcanzado el poder, la riqueza, todo lo que esta sociedad parece señalar como la meta para los verdaderos triunfadores y sin embargo no le queda nada.
Y, efectivamente, Packer, encerrado en un narcisismo de tintes claramente nietzschianos, refleja al individuo preocupado exclusivamente por él mismo, ajeno a cualquier tipo de valor trascendente y viviendo el momento preciso y concreto.
Hace años, por ejemplo, que ni tan siquiera ha cruzado una mirada con quienes trabajan para él ni tan siquiera se había percatado del color de ojos de su mujer. Se trata de un mundo deshumanizado, “posmoderno”, en el más amplio sentido de la palabra.
Packer representa el triunfo de la voluntad personal; no en el sentido de sacrificio o tenacidad, sino en el de poder. El poder absoluto sobre los demás para imponer su propia voluntad. Ese concepto queda recalcado al analizar el motor argumental: un “caprichoso” viaje para cortarse el pelo -como su médico también el peluquero hubiera podido trasladarse a su domicilio o la limusina- en un día especialmente conflictivo por la visita del Presidente, y cuando está a punto de arruinarse él y los inversores que le confiaron su dinero. Packer decide cortarse el pelo y eso es lo único importante; aunque ponga en peligro su propia vida, nada en el mundo se lo impedirá.
El recorrido hacia la peluquería en el vehículo toma la forma de una especie de epopeya en la que cada uno de los obstáculos, cada uno de los encuentros aparentemente casuales reviste algún tipo de simbolismo. El final es obviamente trágico. Si bien Eric Packer es sinónimo de éxito y dinero, también lo es de la insatisfacción, la soledad, el deseo de posesión o la pérdida de identidad que implica tener ambos.
Packer tiene una enorme limousina con paneles de corcho para ahogar el estruendo de Nueva York, tiene un tiburón nadando en un gigantesco acuario en una de las paredes de su tríplex, tiene un bombardero nuclear ruso en un aeropuerto del desierto de Arizona a la espera de los repuestos inconseguibles que lo hagan volar, tiene una mujer poetisa y millonaria con la que no se acuesta, tiene varias amantes con las que sí se acuesta, tiene un par de guardaespaldas que lo adoran (y que le informan acerca de los avances en la investigación de una amenaza contra su vida) y tiene un último día de vida para reflexionar sobre los cómos y los porqués de su existencia privilegiada antes de ser asesinado por uno de sus ex empleados en busca de esa legitimación marca CNN que sólo se consigue con la violencia.

Las extraordinarias aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos de Ilya Ehrenburg


Novela de humor extremo y rayando el absurdo, que lo satiriza todo: el viejo continente europeo, tan alienado o esquizofrénico que se precipitó, casi sin darse cuenta, en la carnicería de la Primera Guerra Mundial; la utopía de la Revolución bolchevique; la religión y casi todas la convenciones y hábitos sociales.
Considerado el corresponsal de guerra más popular de toda la prensa soviética, Ehrenburg fue un escritor y periodista soviético, de ascendencia judía, que cubrió la mayoría de las guerras. Tras su participación en las revueltas estudiantiles en la Universidad de Moscú de 1905, emigró a París donde inició su carrera como escritor bajo la influencia de Verlaine. En la capital francesa trabó así mismo amistad con Picasso, Apollinaire y Fernand Léger. Corresponsal en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, en 1917 retornó a su país.
Aunque simpatizaba con la revolución bolchevique, no se sentía a gusto en la Unión Soviética, y en 1921 volvió a autoexiliarse. Ese mismo año escribió Julio Jurenito. Corresponsal más tarde en la Guerra Civil española, escribió varias obras que lo reconciliarían con el régimen soviético. A partir de 1950 se convirtió en una destacada personalidad, sobre todo cultural, de la URSS.
Julio Jurenito es un personaje que amalgama en su figura la sabiduría, la ironía y un acusado sentido de lo pintoresco. Personaje sin principios, a pesar de que los defiende apasionadamente, se rodea de una “selecta” tropa de discípulos. Es un maestro, guía, amigo, socio, camarada, mesías, en torno al que, entre otros, se congregan un vagabundo italiano, el propio Ehrenburg, un capitalista cristiano y, sobre todo, el gran Spiridonovich, tolstoiano, histérico e histriónico, a quien alma, culpa y redención no se le caen de la boca.
Las aventuras de esta pandilla a través de una Europa de guerras, revoluciones y entreguerras expresa la admiración y el rechazo hacia la cultura occidental; la reserva y el entusiasmo hacia las revoluciones; y el amor y el odio hacia la naturaleza humana.
Julio Jurenito, mexicano de personalidad desbordante y discurso torrencial, es una suerte de profeta de la destrucción del orden establecido mediante la provocación que recorre, con sus discípulos, la Europa de 1910 a 1920. La ácida mirada de Jurenito resulta demoledora y sus opiniones, sus discursos, no por exagerados, tendenciosos o abiertamente absurdos en ocasiones, mueven menos a la reflexión.

Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato


La novela muestra a los últimos representantes de una familia oligárquica venida a menos, en la que se intercala la trágica historia de los seguidores del general Lavalle que una vez derrotados llevaron el cuerpo muerto de su jefe al exilio.
Un sábado de mayo de 1953, Martin, de 17 años, está sumergido en sus cavilaciones en el Parque Lezama, sentado en un banco, al lado de la estatua de Ceres y conoce a Alejandra Vidal, que pertencía a una familia argentina emparentada con la rancia aristocracia criolla: los Vidal Olmos. Sobre Héroes y Tumbas narra con amplitud las biografías de los miembros de esta familia por más de 150 años hasta concluir en Alejandra y su padre, Fernando Vidal Olmos.
Martin que tiene una vida familiar tormentosa, una madre que no lo ama y un odio hacia su padre por ser un pintor fracasado y no querer salir de su angustiosa situación, se enamora de Alejandra que tiene 18 años y es una mujer hermosa, frívola, cruel y hasta en ocasiones despiadada con algunos de sus comentarios sobre el mundo y sobre ella misma.
Empiezan a verse siempre en el mismo parque y un día le dijo Alejandra a Martín que se verían al día siguiente, pero ella no volvió. Martín empezó a ir todos los días al parque por si ella aparecía y podía verla de nuevo, pero pasaron casi 2 meses, hasta que el decidió no esperarla más y marcharse, entonces fue cuando sintió un fuerte apretón, era ella.
Alejandra lo invitó a su casa donde le mostró que vivía con su tío, un loco al que mantenían encerrado, solo tocaba clarinete y que nunca soltaba, y vio a su sirvienta que tenía un rostro muy serio. Alejandra lo invitó al mirador de la casa, prendió un cigarro y empezó a contarle la historia de su infancia, que fue muy tomentosa. Ella detestaba a su padre, puesto que su madre había muerto de una enfermedad y ocho días después de su muerte ella lo encontró con otra mujer en su casa. Es así como Martin conoce la tortuosa relación de Fernando y Alejandra, así como el odio que ella siente por su padre, quien la violaba desde niña, y por su madre, que lo permitió.
El rencor de Alejandra hacia su padre no tenía limite, así que decidió escaparse de la casa por lo cual fue internada en un colegio de monjas donde intentó suicidarse, así que la llevaron a la finca de unos amigos de la familia donde conoció a Marcos con quien hablaba sobre como seria la vida de ellos si se casaran, pero ella tenía la decisión de nunca tener hijos. Tuvieron una discusión muy grande con Marcos por este tema y no volvieron a verse, pues todo terminó en problemas y hasta golpes.
De repente cuando ella le contó su historia cayó al piso y empezó a convulsionar. Martín no sabía qué hacer, gritó por ayuda pero nadie atendió, así que solo la acostó en su cama y ella reaccionó diciéndole que se acostumbrara a ello porque esos ataques eran frecuente en ella, así hablaron hasta las 3 de la mañana donde ella le contó la historia de su familia y luego Martín se fue a su casa, pero antes de irse quedaron en verse el lunes siguiente.
Martín estaba encantado y a la misma vez asustado con esa mujer, pero pasó el lunes, el martes, el viernes, una semana, y hasta un mes de no saber nada de ella. Por fin ella apareció, como siempre, de sorpresa, y Martín le contó que tenía un trabajo en una imprenta pero que lo perdió así que le preguntó a Alejandra que si podía conseguirle una cita con Mollinari un empresario archimillonario que ella conocía para pedirle empleo.
Fue a la entrevista con Mollinari pero este solo lo despreció y lo humilló. Después de eso Belonave, un periodista, se inquieta por el amor entre este joven tan puro y compasivo y la cruel y depresiva Alejandra a la que conocía bien.
Alejandra decidió trabajar y encontró trabajo en una boutique. Mientras ella permanecía invisible, Martín se refugia en un trabajo que consigue en un taller y en la compañía de Bruno, un amigo escritor de unos 30 años. Pero después de varias semanas de no haberse visto se encontraron en un parque donde Alejandra le contó a Martín que Juan Carlos, un vecino de ella, le había mandado una carta por lo cual Martín se molestó y discutieron. Alejandra terminó diciéndole a Martín que lo mejor era que no se volvieran a ver.
Pasaron varios días después de esto y Martín recordó que antes de que tuviera ese ataque en el mirador ella había nombrado a un Fernando pero no dijo quién era, solo lo nombró. Fue a buscarla a la boutique para que le explicara quien era ese hombre que él pensaba que era su amante, a lo cual ella le aclaró que era su padre.
En la noche del 24 de junio de 1955 Martín no podía dormirse, eran las tres de la mañana cuando a lo lejos vio una llamarada de fuego. No tenía duda de lo que había sucedido, corrió rápidamente hacia la casa y se desmayó al ver lo sucedido: Alejandra había matado a su padre, le había dado cuatro tiros y regó nafta por todo el mirador y simplemente se encerró quemándose viva con el cadáver de su padre. Su tío loco y la sirvienta se habían salvado de milagro, pero su abuelo que estaba en una silla de ruedas y que tenía 95 años murió.
Martín quedó destrozado, hasta pensó en quitarse la vida, pero ya no quería regar más sangre, así que simplemente decidió volver a comenzar su vida en un nuevo lugar por lo que en el taller conoció a un camionero que le propuso llevarlo con él a la Patagonia y aceptó. Martin se va para poder olvidar todo lo pasado y tener una segunda oportunidad en un lugar donde nadie lo conociera y donde nadie pudiese juzgarlo por lo sucedido.
Informe sobre ciegos
"¿Cuándo empezó esto que ahora va a terminar con mi asesinato?". Con esta inquietante pregunta comienza el "Informe sobre ciegos". Quien narra es Fernando Vidal Olmos, padre de Alejandra Vidal. El informe relata un extraño complot demoníaco y milenario, regido por la Secta Sagrada de los Ciegos, desde la cual, según él, se tejen los hilos que gobiernan el sentido del mundo y de los hombres.

Los Pichiciegos de Rodolfo Fogwill


Los Pichiciegos es una novela ambientada en la guerra de las Malvinas, la narración principal transcurre a finales de mayo y principios de junio de 1982 y finaliza cuando los británicos ya han desembarcado en las islas y los soldados argentinos son hechos prisioneros y trasladados a Argentina.
Cuenta la historia de un grupo de soldados que desertan y se ocultan en un refugio subterráneo. Para el ejército oficialmente no existen, han sido dados muertos por la tropa. Su único objetivo es sobrevivir, confiando que la guerra acabe y puedan volver a casa.
Estos soldados, entonces, deciden dejar de combatir con el propósito de volver a sus casas. Es decir, su objetivo ya no era ganar la guerra, sino que se volcaron a sobrevivir, cualquiera sea la manera, para ‘volver al continente’ y reencontrarse con sus familias.
Para poder lograr este nuevo objetivo (después de todo ¿qué soldado nunca tiene como objetivo volver a su casa?) este grupo de chicos decidió cavar una trinchera secreta y estratégicamente ubicada, en la que pasarán sus días hasta que termine la guerra. Decidieron autodenominarse “pichiciegos” y, en efecto, el lugar fue denominado “la pichicera”.
El nombre de pichiciegos se lo dan a sí mismos por semejanza con un animal que vive ocultándose en cuevas que él mismo hace, un día que uno de ellos, un santiagueño, cuenta: “El Pichi es un bicho que vive abajo de la tierra. Hace cuevas. Tiene cáscara dura -un caparazón- y no ve. Anda de noche. Vos lo agarrás, lo das vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba”.
En la "pichicera" tienen casi todo para sobrevivir: calor, provisiones, refugio; pero también puede ser esta el lugar justo para encontrar la muerte por desertores o por mera casualidad.
La ocupación de los pichiciegos es intercambiar mercaderías e información con los ingleses. Pasan la mayor parte del tiempo en el refugio y la vida que llevan se limita a tareas para mantenerse vivos, luchando contra el frío, las enfermedades, soportando el miedo de las bombas que hacen trepidar el refugio, evitando ser descubiertos, y tratando de conseguir comida, raciones, cigarrillos, combustible, pilas para linterna, polvo químico para eliminar el olor...
La pichicera tenía una organización que consistía en que “Los Reyes Magos” eran los que mandaban, y los demás pichis obedecían. También consistía de un almacenero que controlaba las provisiones y de patrullas que se encargaban de conseguir estas últimas.
Las patrullas salen por la noche, de noche hay menos viento, a conseguir recursos de ocasión, despojos de vehículos abandonados, de soldados muertos congelados o de restos de naufragios que llegan a las playas. También hacen intercambios o reciben ayuda de otros soldados argentinos, y de los británicos, de los que obtienen víveres, pilas de linterna, coque o querosén, a cambio de información o ayuda en las tareas de guerra.
Los pichis carecen absolutamente de futuro, caminan hacia la muerte, y en consecuencia, sólo pueden razonar en términos de estrategias de supervivencia. En muchos de los pasajes de la novela podemos ver que los pichiciegos admiraban a los soldados ingleses, y tenían como espectáculo las maniobras de sus aviones en el aire.
La manera en que los pichis relatan con admiración y encandilamiento muchas de las características de los ingleses nos hace ver otra cruda realidad: la diferencia entre los argentinos y los británicos era inmensa. Era inmensa en el sentido de preparación militar, de provisión de armas y equipamientos, de comida y de abrigo.
La miseria humana y la desesperación que podemos ver en la novela hace que estos actos, que algunos podrían tildar deshonrosos, cobardes o mercenarios, puedan ser entendidos por el lector; ya que ante situaciones de tales características la persona humana tiende a comportarse de la manera más instintiva que puede, para lograr sobrevivir.
Estos jóvenes e improvisados soldados que no fueron lo suficientemente preparados ni bien tratados por parte de sus militares de alto rango, ante las situaciones terroríficas que sufrieron decidieron luchar con el único objetivo de volver a casa.
La historia nos deja con la incertidumbre de poder saber si fue algo real o algo ficticio. Al final queda solo un pichi con vida, el cual relata casi toda la historia a un supuesto entrevistador. De manera que el narrador cuenta aquello que, a su vez, le contó el único sobreviviente del grupo.

La Señora Dalloway de Virginia Woolf


La señora Dalloway es la primera de las novelas con que Virginia Woolf revolucionó la narrativa de su tiempo, relata un día en la vida londinense de Clarissa, una dama de alta alcurnia casada con un diputado conservador y madre de una adolescente.
La historia comienza una soleada mañana de 1923 y termina esa misma noche, cuando empiezan a retirarse los invitados de una fiesta que se celebra en la mansión de los Dalloway. Aunque en el curso del día suceda un hecho trágico -el suicidio de un joven que volvió de la guerra con la mente perturbada-, lo verdaderamente esencial de la obra estriba en que los hechos están narrados desde la mente de los personajes, con un lenguaje capaz de dibujar los meandros y ritmos escurridizos de la conciencia.
Mrs Dalloway, a sus cincuenta y dos años, vive inmersa en obligaciones y quehaceres propios de su condición. Ese día en concreto, deberá encargarse de organizar una fiesta. Sin embargo un reencuentro le hará recapacitar sobre las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida. ¿Acertó cuando, treinta años antes, se casó con el político Richard Dalloway? ¿No hubiese sido mejor la vida romántica y aventurera que le proponía Peter, su otro pretendiente?
Un simple paseo, la toma de decisiones triviales, sirven de excusa para preguntarse por quién gobierna nuestros destinos, en qué nos convertimos o por qué acabamos siendo la copia exacta de lo que nunca quisimos ser.
Tanto estos personajes como la narración se mueven en dos niveles: el histórico, externo y lineal, y el psicológico, interno y subjetivo. Al igual que el Ulises de James Joyce, Mrs. Dalloway se desarrolla en un solo día de la vida de los protagonistas, lo que se transforma en una sensación de estar viviendo en tiempo real los sucesos que se nos cuentan.
La línea argumental es simple y narra un acontecimiento banal: Mrs. Dalloway se prepara desde la mañana para recibir a sus amigos esa noche, en su casa. En la fiesta se reencontrarán personas que han dejado de verse durante años, y debido al reencuentro la historia se desarrolla en tres tiempos que se alternan: el pasado que compartieron, el presente que los reúne y enfrenta, y el futuro que los espera.
Desde los preparativos, Clarissa se deja invadir por los recuerdos. La protagonista se traslada a su adolescencia en Bourton, el campo, lugar en donde frecuentaba a los amigos que vendrán a su casa esa noche, y en donde conoció a su marido. Volver al pasado le permitirá analizar el presente, examinando el por qué de sus elecciones y proyectando a la vez su futuro, que en una mujer de más de 50, será la vejez.
Clarissa reconoce la fuerte atracción que un hombre como Peter ejerció sobre ella. Cuando vuelve a verlo, vuelve a sentir esa chispa, esa electricidad, esa provocación que fue parte del juego amoroso; pero ante ese juego, que ella encontró peligroso, valora la estabilidad y la serenidad que Richard Dalloway, su marido, le ofrecía y le ofrece. La estabilidad es la base de su relación matrimonial, madura y serena como buenos compañeros, pero carente de misterio y emoción. Son colegas, más que enamorados. La pasión está excluida. Clarissa eligió buscando seguridad.
La historia se inicia en la mañana, continúa en la hora del almuerzo, se detiene en la modorra de la siesta y las horas que quedan de la tarde, para culminar esa noche en la fiesta. Y así como la narración tiene mañana, tarde y noche, los personajes también fueron jóvenes (tuvieron mañana), luego adultos (están en la tarde) y viven conscientes de la proximidad de la vejez (que será la noche). Sin embargo, a pesar del paso del tiempo que todo lo transforma, hay algo que es inmutable: la esencia de las personas, ese conjunto de elementos que perduran más allá de las formas.

Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez


Juan Moreira narra la historia de un campesino criollo habitante del partido de Las Matanzas (actual La Matanza, cordón industrial de Buenos Aires). La persecución de la que es objeto por parte de los hombres que representan la Justicia, su iniciación en el camino del crimen y la correlativa pérdida del sentimiento de integración social. Ambos enfatizan la entereza del héroe, su coraje, su dignidad y su amor por la libertad. Destacan el gusto por el trabajo, la afición al canto, el apego a la vida familiar y el culto a la amistad.
La vida de Juan Moreira estuvo llena de injusticias y se la ha considerado como representativa de las sufridas por el gaucho argentino, injusticias que lo llevarían a la muerte en abril de 1874 en Lobos. Durante cerca de treinta años Moreira llevó una vida tranquila, dedicando su tiempo al trabajo rural hasta conseguir su propio rancho, unas cuantas cabezas de ganado vacuno y algunas hectáreas de campo que destinó a la siembra.
Era una hombre alto y fornido que tomaba poco alcohol y no frecuentaba las pulperías; tenía buenos modales y era habilidoso con la guitarra, motivo por el cual era bien visto por "la Vicenta", de quien se enamoró y con quien se casó, contando con el pleno consentimiento del padre de Vicenta, un hombre muy respetado.
El casamiento con Vicenta sería el inicio de todos sus problemas ya que el Teniente Alcalde de la zona –conocido como Don Francisco- también estaba enamorado de ella y empezó a perseguirlo acusándole de hechos injustificables. La primera multa que recibió de Don Francisco fue por la fiesta de la noche de bodas sin la autorización del Teniente Alcalde, por lo que tuvo que pagar 500 pesos.
En aquel momento Moreira le había prestado a Sardetti, el almacenero del pueblo, unos 10.000 pesos que éste usaría para la compra de frutos del país; Sardetti no devolvía lo prestado por lo que Moreira –sin documentación que lo avalara- presentó la denuncia ante el Teniente Alcalde. No se sabe con certeza si Sardetti y Don Francisco se habían puesto en acuerdo, pero Sardetti negó la deuda y Moreira fue castigado con 48 horas de "cepo" (detención) acusado de reclamar lo que no era suyo.
Moreira, indignado por la situación, le juró a Sardetti una puñalada por cada mil pesos que le debía. Cumplió su promesa en un duelo a cuchillo en el propio almacén de Sardetti y a su regreso tuvo que pelear en su rancho contra Don Francisco y cuatro soldados que estaban allí para aprehenderlo. En el enfrentamiento Don Francisco y dos soldados resultaron muertos.
Fue a partir de este momento cuando empezó a ganar fama en la región. De este modo tuvo más peleas, las que siguió ganando, y muchas de las cuales eran desafíos de otros gauchos que querían probar su propia destreza. Con el tiempo empezó a trabajar como guardaespaldas de políticos a cambio de "limpiar su nombre", promesa que nunca fue cumplida.
Moreira tenía sólo un caballo bayo, un pequeño perro llamado "Cacique", un poncho, una facón y dos trabucos. Siempre dormía a cielo abierto con su perro "Cacique" que le servía de guardián y jamás desensillaba por si tenía que escapar. Recorrió las ciudades de Navarro, Las Heras, Lobos, 25 de Mayo y pasó algún tiempo en las tolderías del Cacique Coliqueo.
En abril de 1874 el juez de paz de Lobos, Casimiro Villamayor, por orden de Mariano Acosta, gobernador de la provincia de Buenos Aires, envía a 25 hombres que, al mando del comandante Bosch perteneciente a la policía de Buenos Aires, lo rodean en la almacén y pulpería "La Estrella", ubicada en lo que hoy es el Sanatorio Lobos en la intersección de las calles Chacabuco y Cardoner.
Juan Moreira decide ir a "La Estrella" con su amigo el gaucho Julián Andrade, aun sabiendo que estaba vigilado. En cuanto llegó, dos partidas policiales se prepararon para atraparlo: la de Lobos, dirigida por Pablo Berton, de la que formaba parte el famoso Sargento Chirino, y la enviada por el gobernador, al mando de Eulogio Varela y el comandante Bosch. Moreira dejó su caballo en el fondo detrás de una pared, listo en caso de necesitar escapar.
A las dos de la tarde llegó la partida y atrapó a Andrade. Moreira se vio entonces rodeado en la habitación, donde comenzó la lucha. Luego de enfrentarse con varios soldados y frente a frente con Varela, a quien hirió en una pierna, Moreira escapa de la habitación y salta al patio. Allí hirió a Berton en la mano y volvió a enfrentarse en duelo de sable y daga con Varela, a pesar de su herida. Embistiendo a los policías con su daga, tomó el patio y quedó a la vista de la pared del fondo, del otro lado del aljibe, sin saber que allí estaba escondido el Sargento Chirino. Y cuando ya había trepado casi la pared del fondo para escapar en su caballo, Chirino lo atravesó con su bayoneta, clavándolo a la pared.
“¡Ah!, ¡cobarde!, cobarde -murmuró, dejando caer la daga de entre los dientes-, a hombres como yo no se les hiere por la espalda, ¡no podés negar que sos justicia!” Clavado como estaba, Moreira alcanzó sin embargo a disparar a Chirino, hiriéndolo en un ojo. Liberado de la bayoneta, el gaucho malherido volvió a embestir a los policías, cayendo finalmente y muriendo con una sonrisa.
Moreira dejó un hijo, de igual nombre. Sus restos mortales se encuentran en el cementerio de Lobos.

viernes, 21 de octubre de 2016

El amor brujo de Roberto Arlt


En 1932 Arlt publica su última novela: “El amor brujo”, un alegato contra el matrimonio burgués, su falsa moral y sus intereses materiales. Narra el romance entre el ingeniero Estanislao Balder (de 30 años) e Irene Loayza, una joven de familia de clase media con 19 años, residente en Tigre.
Balder, casado y con un hijo de seis años, se enamora perdidamente de Irene, y establece un noviazgo con la adolescente. Hay otra historia secundaria, la de Zulema, amiga de Irene y mayor que ella, cuyo matrimonio con el mecánico Alberto no es feliz. Balder se separa finalmente de Irene, y luego de una serie de desilusiones se reconcilia con su esposa. Balder es hipócrita y mezquino, haragán y triste, físicamente deja mucho que desear: Era un hombre de aspecto derrotado, cargado de espaldas, que llevaba con abandono su traje gris. Nada que pueda hechizar una adolescente sonriente y pura. En síntesis, Balder era uno de los tantos tipos que denominamos hombre casado. Tanto es así que algo de brujo e hipnótico llevará el maltrecho ingeniero a tomar en consideración la separación de su mujer dejando que la madre de Irene lo manipule (interesada en asegurar un futuro a su hija, explotando el instinto sexual del hombre).
Además, una historia paralela, en la que Balder ve una suerte de réplica de sus propias relaciones con Irene, se desarrolla al mismo tiempo: es la de Zulema, amiga de Irene, cuyo matrimonio con el mecánico Alberto no marcha bien. La historia termina cuando Irene se entrega a Balder y éste comprueba que no era virgen, tal como le había jurado. Ante el engaño, resuelve romper sus relaciones con la muchacha. Simultáneamente, Alberto se presenta para contarle que Zulema le es infiel.
Hay que añadir que "El amor brujo", también con sus aspectos alucinados y con sus flujos de conciencia, nos reserva momentos en que el grotesco y la ironía se acompañan de manera eficaz a los tormentos del ingeniero Balder y a las contradicciones de Argentina: «¿En qué país estamos? Este obrero, que tiene la obligación moral de ser revolucionario, me viene a conversar a mí, que soy un ingeniero, de la necesidad de respetar los convencionalismos sociales. Qué lástima no estar en Rusia. Yo lo habría fusilado».
¿Ha cambiado algo La Argentina?

miércoles, 19 de octubre de 2016

Sin rumbo de Eugenio Cambaceres

Narra la historia de Andrés, un joven acostumbrado a vivir a su manera y sin ningún escrúpulo. Un día, cansado del aburrimiento de su hacienda, decide ir a la casucha del puestero y comienza un romance clandestino con la hija del mismo, Donata, a quien deja embarazada. Una vez que lo hace, la abandona y se marcha a la ciudad. En la ciudad visita frecuentemente el Teatro Colón, en donde conoce a una cantante de ópera llamada Marietta Amorini, la prima donna de Aída. Amorini cede inmediatamente a las insinuaciones de Andrés pero, después de quince días de haber comenzado su apasionado romance, éste se aburre y decide volver a su hacienda en el campo. Cuando regresa, ve que la campesina había muerto pero su hija (Andrea) continúa viva, por lo que asume que es hija suya y se hace cargo de ella. De esta forma Andrés comienza a cambiar su modo de vida en beneficio de su pequeña hija. Pese a su felicidad, un día Andrea enferma de difteria y, muy debilitada, fallece. Andrés, destruido por la tragedia que lo había marcado a él y a su hija, se suicida, dando final a la historia.